¡MALDITA/! No 1243
nece ro
de de su triunfo, acaso burlándose de su debilidad y
la estupidez con que había dado crédito a su amor y a
sus promesas. Y lejos de seguir amándola como com-
pessación a sti infortunio, quizá la abaridonase para ir
a Ofrecer su amor a otra mujer, que, más fuerte o me-
«os confiada que ella, sabria resistirse, sabría diefen-.
derse.. l
e Bla tendría que presenciarlo sin poderlo impe-
dir, sin poder alegar derechos de ninguna clase para
eponerse a semejante infamia!...
'A sus quejas, a sus: súplicas, a su reproches, Ri-
cardo podía contestar con el desprecio. : ¡
¡ Desprieciada por él!... Esto sí que sería el colmo
de la humillación y la vergiienza.. :
No era su amor lo que sentía perder; lo que le
desesperaba era la idea de que aquel amor fuese pues-
to a los pies de otra rival, y cila no poder evitarlo, y
ela tener que sufrirlo. ;
Y el corazón le decía que esto había de suceder
tarde o temprano: era lo natural, era lo lógico.
¿Qué era lo que había ido a buscar Ricardo en
ella? Un amor verdadero, puro y noble, no, puesto
que al amaria ya sabía que semejantle amor era. impo-
sible; lo que había buscado, pues, era un entretenimien-
to, la satisfacción de un capricho, de un desleo: la
había tomado como un jugete... Y los deseos, cuam-
_do.se satisfacen, se extinguen: los jugetes, cansan tar-
de o temnrano y se abandonan para ser sustituidos
por otros nuevos... Luego era indudable que Ricardo
fa abandonaría un día u otro... Puesto que había cot-
seguido de ella lo que deseaba, ¿qué aliciente le o£re-