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que comunicaba con las oficinas,
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cruzadas asa espalda y la cabeza inclinada sobre el pe-=
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Entreabrióse la q
puerta y se oyó una voz que pre
ba tímida y respetuosamente:
- ¿Se puede?
Sí, hombre; claro que se puede -repuso el cajero
con una actitud extraña en él, pues o era bonda-
doso y afable. - ¿No ha oído usted que le he 11 lamado?
Pues al llamarle, sería para que entrara.
_Abriósela puerta del todo y apareció en ella un hom-
bre'como de cincuenta años, aito, delgado, con los bra-
z09 desmesuradaemnte largos y la cabeza desmesura-
damente pequeña.
Era todo un tipo.
Vestía con esa decencia relativa y vergonzante de los
pobres de chaqueta, los más pobres de todos los pobres,
Su ropa estaba raída, deslustrada, abrillantada por
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