El muchacho, al verla, pensó :
—¡ Qué hermosa es! ¡Y parece muy buena !
- Apresuróse a dejarla libre el paso, diciéndole :
—Pase usted, hermana, pase usted. ¡Gracias a Dios
que ha venío! : : .
Con ansediad que no pudo disimular, y conteniendo a
duras penas el llanto que pugnaba por salir a sus ojos, sor
Angeles preguntó :
—¿Cómo sigue la enferma?
—Pues no lo sé —respondióle Diego.
—¿ Cómo? - :
—ÁAÁ mí me parece muy mal.
—¡ Dios mío! :
—Pero como yo no entiendo de esas cosas...
-—Pero, ¿vive? po
—'¡ Ya lo creo!
La hermana levantó los ojos en acción de gracias.
— ¡Eso faltaría, que se hubiese muerto! ¡Pobre abue-
la !... No me parece que la cosa sea tan grave.
—+¿ Qué enfermedad es la suya? ¿Qué ha dicho el mé
dico ? :
—Pues verá usted : médico... no la asiste ninguno.
—¿ Es posible ? A
—Yo no sabía a quien avisar...
-—Comprendo. ¡Pobre niño!
—Esperaba a que usted viniese pa que decidiera lo
que se debe hacer... :
-—Pues vamos, vamos a verla.
Y siguió a Diego, que la condujo a la estancia de la
enferma. ,
Iba pensando :
—-Debo procurar que no me reconozca al pronto ; por-
que, en su estado, la profunda y violenta impresión que
2952 —