cias, debió hablarle a usted con entera sinceridad, con la.
convinción de que el cariño que les une está muy por encima
de toda cuestión de intereses materiares.
—Eso creía yo—repuso elia, cow viveza que no pudo.
Teprimir—. Sin embargo, veo que me equivocaba aj creerlo.
—Nada de eso. Ha de tener en cuenta, señorita, que:
cada uno de los mortales reaccionamos de manera distinta
ante un problema que nos afecta en lo más íntimo. Por otra
parte, tenemos que considerar que la situación de él difiere
rotundamente de la de usted. iasta ahora se consideraba
rico, dueño de negocios que rendían grandes beneficios. Es-
taban ustedes, por decirlo en términos vulgares, en «igual-
dad de ¿ondicibnass Gcn esa seguridad, aspiraba a la ma-
no de usted, sin temor a desempeñar el papel de un vulgar
«cazador de dotes», de los muchos que por esos mundos van.
en busca de resolver su porvenir... a costa de su dignidad.
—¿ Y cómo podría nadie pensarlo, en este caso 7
——N1 usted ni yo, de seguro; ni nadie que conózca a don
Jaime realmente... Pero la sociedad dista mucho de ser jus-
ta ni, mucho menos, benévola. Y él ha temido que los mali-
closos pensara nahora que deseaba casarse con usted por
puro egoísmo... lo cual es, y permítaine que se lo diga, un
absur do, ya que cualquiera, por rico y por ilustre que fuere,
se consideraría dichoso casándose con una mujer como us-
ted... aunque no poseyera un céntimo. ;
Aquella frase halagadora, que el ex-notario había dicho
con tono de absoluta cidad hizo sonretr, agradecida a
Florentina.
—Es usted muy ami able, don Javie
con eso no resolveremos el problema. Si no recuerdo mal,
hace un momento dijo que mañana había de hablar con Jai-
me. Y yo quisiera... en fin... no sé si debo decírselo...
Monroy se arrepintió nuevamente de haber dejado es-
capar aquellas palabras que Florentina había captado in-