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y, “Alegret», y no podrían llamarlos en su ayuda, como ha-
brían hecho si lo hubiesen conocido.
De aquí que a pesar de sus insistentes y astutas tenta-
tivas para averiguarlo, Eliazar continuara sin saber lo que
ignoraba acerca de ellas: que fueran hijas de Andino la una
y de Valiente Morcillo la otra; que fuera una de ellas esposa
de Bisbal, por lo cual huía de éste; y quiénes eran aquel
Fermín y aquel Joaquín, a los que seguían nombrando con
frecuencia y en busca de los cuales iban a Marruecos.
Comprendió, desde luego, que estos dos últimos eran los
hombres por ellas amados, los causantes de su fuga, pero ni
sospechó siquiera su verdadera personalidad.
Se propuso, sin embargo, guardarse de ellos.
A pesar de lo que continuaba ignorando, seguía dicién-
dose:
—Me basta con saber el interés de Bisbal en apoderar-
se de ellas, como indica su temor y el empeño de ellas en
evitarlo, para comprender-que en esto puede haber un gran
negocio, que 'Abd-el-Azor podrá realizar con los medios de
que dispone, dándome en el mismo la participación que en
justicia me corresponde.
Y seguía adelante en sus planes.
El arribo del vapor a Cádiz, donde también se detuvo
algunas horas, fué para las fugitivas nuevo motivo de so-
bresalto.
¡Si la casualidad, que parecía haberse declarado en con-