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¡Oh, saber que vive mi hija!... ¡Que ya es una o Ys
¿es muy guapa? ¿Está buena?
—Es guapísima y goza de completa salud, Adiós, Ro-
salía—añadió con voz ronca el general.
—¡No te vayas así, Feliciano!... ¡Si aún no me has con-
estado del todo!... ¿Y nuestro hijo? :4
—¿Nuestro RIO? repuso Andino da iioada el sem-
blante adusto, con acento fosco—. ¿De qué hijo. hablas?
¡Que yo sepa, nosotros no hemos tenido ningún hijo! '
—Por caridad, Feliciano. Te pregunto por el pequeño
al que di a luz en este mismo encierro tenebroso.
—:¡Acabáramos! Te refieres a tu hijo... Al hijo tuyo y
de ese nd tan ¡Al bastardo! ¡Al espúreol,... ¡A ese mal-
dito...!
cd ¿Qué estás diciendo, Feliciano? les bu
propia sangre? :
»Ese que llamas bastardo es tu hijo, tan hijo tuyo como.
Azucena. ¿Tú crees sagrado el juramento de una madre?
Pues bien, por esos pedazos de mis entrañas, por ellos, ¡¡te
lo juro! |
no!—afirmó el general como rechazando más que las, pala-
bras de su desventurada mujer la terrible agitación que hi-
bíase desencadenado en su pecho.
¿Sería cierto lo que afirmaba Rosalia? ¿Realmente a 4que-
lla criatura no sería hijo de la culpa? ¿Dataría de antes del
deshonor de su esposa? Mas... no podía ser. El había estado
_ en lo firme creyéndolo bastardo, fruto del adulterio...
—¿Qué ha sido de mi hijo?-—demandó; Rosalía con Cane :
»
—¡Mi hijo!... No pudo sóHo,. en manera alguna. Mah,