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—¡«Colibrí»! —exclamaron “ellos estupefactos.
Diéronse cuenta, al fin, de que era el falso morillo, del
que tan agradable recuerdo guardaban por el importante
servicio que espontáneamente les prestó.
—¡Disfrazado!—añadieron en el colmo de la admira-
ción.
—; Vestido de. mujer!
—0s equivocáis—les replicó Edit, gozando con su sor-
presa.—El traje que ahora visto no es un disfraz, es el que
me corresponde por mi condición de mujer.
¡Una mujer! —volvieron a exclamar los dos, ponién-
dolo en duda.
—Subid—les invitó ella, abriendo la portezuela.
—No puede ser—respondiéronle.
—;¡Si supieras lo que pasa!
—Porque lo sé he venido en vuestra busca—les contes- -
tó la hebrea.
—¿Es posible?
—¿Cómo has sabido lo que ha pasado y que nos encon-
trarías aquí?
—Subid y os lo explicaré.
—Ahora no puede ser.
— Tenemos que ocuparnos en algo más urgente.
Bajando la voz para que el cochero no: pares: oírlo,
anunciáronle:
—Hemos «vuelto a perder a had que ta nos dealaicias :
—Hemos de procurar ante todo encontrarlas y: recupe-- A
rarlas. ] boe
-—Pues para eso precisamente vengo a. buscaros—de-