Full text: [Primera parte] (1)

   
    
1696 
   
—Me lo imponen deberes para mí más sagrados que to- 
dos los otros deberes—hizo constar—; el deber del bien de 
la patria y el deber del bien de todos. 
Sin oponerse a ello, puesto que por ello precisamente le 
admiraba, siendo aquella admiración entusiasta la base más 
sólida de su desventurado amor, Azucena preguntó: 
—¿Y yo? Porque a Madrid no podré seguirte, puesto que 
en Madrid están mi esposo y mi padre. ¿Y mi madre? Por- 
que tampoco puede seguir en Barcelona abandonada. 
Por lo que a ella se refería, Teresa hacía suyas con sus 
gestos las preguntas de su amiga. 
También a ella la espantaba el porvenir. 
—Eso es lo que necesito—repuso Fermín—, y eso es lo 
que busco: un lugar seguro donde poderos depositar a ti, a tu 
madre y a Teresa. 
Declaró, aunque no era necesario: 
—No es que de vosotras prescinda. ¡Eso nunca! Pero 
necesito la seguridad para vosotras y la libertad para mí. 
Edit y Eliseo volvieron a ofrecer: 
. —Pueden continuar aquí, a nuestro lado, todo el tiempo 
que sea preciso. 
—Y a muestro lado puede ser traída también la madre de 
Azucena. 
Volviendo a darles las gracias, Fermín y «Alegret» opi- 
naron: e Ae 
—No basta, 
—Aquí no podrían estar siempre. 
—Podrían ser descubiertas. 
—Y las tendríamos demasiado lejos. 
 
	        
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