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seja mi corazón de madre, no conseguiría más que agra-
varlo.
Reconocía, al parecer convencida de ello:
—¿Para qué serviría que yo, con el deseo de salvar a
mi hijo, publicara la verdad? ¿Sería creída? ¿Conseguiría
demostrarla, si era puesta en duda?
—Yo me encargaría de impedirlo—asegurábale don Sa-
muel.
—De modo que mi hijo seguiría pasando por culpable
aunque no lo sea...
—De ello no hay quién le pueda librar, puesto que hay,
personas muy poderosas interesadas en ello.
—Y yo me habría deshonrado inútilmente.
—Y me habrías perjudicado a mí, de lo cual sufrirías
también las consecuencias y el castigo.
En vista de lo cual, Aurelia prometió:
—Me someto a tu voluntad; haré lo que tú me exijas que
haga; callaré, me conformaré con mi suerte, no intentaré
nada, me conformaré con que por mi causa mi hijo siga pa-
sando por culpable y porque todos, hasta él mismo, sigan
ignorando que es mi hijo. z
Y suplicaba afligida:
—¡Devuélveme la libertad! ¡No me tengas más tiempo
encerrada aquí, puesto que me avengo a cuanto tú deseas!
Ofrecía en apoyo de ello:
—Sufriré en silencio, procurando que nadie se dé cuen-
ta de que sufro; me esforzaré en no darte nuevos motivos.
de queja en ningún sentido. a
Advertía, como si lo contrario lo considerase superior a
sus fuerzas: