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neral Albestre, y que conservaba debidamente recatada entre
la paja de la colchoneta.
La celda del difunto general continuaba desocupada y
había observado que el carcelero dejó la puerta ajustada a su
marco, simplemente. |
¡Escapar! ¡Intentar la evasión, no por salvar una vida
de la que había hecho ofrenda tantas veces a la Libertad y
a la Patria, sino por vengarse!
Movióse con penoso esfuerzo, pues todo el cuerpo dolíalo
lo indecible y empezó a palpar la colchoneta. De improviso la
frialdad del hierro fué advertida por sus manos febriles. ; Alí
estaba la lima, pequeña sierpe de acero que con sus finos
dientecillos podía reducir a polvo las argollas de sus grilletes!
Se apoderó de ella, trómulo, convulsionado por aquel afán
de desquite y venganza que conmovía su sér.
Pero... casi al momento la soltó con un gesto de des-
aliento y una maldición.
¿Cómo iba á poder utilizarla sí tenía los dedos desbara-
tados por culpa del infame martirio de las esposas?
¡No! ¡Ni aquella remota esperanza de una dudosa salva-
ción podía acariciar tan siquiera!
Rechinó el cerrojo, chirrió la llave. Giró la puerta sobre
sus oxidados pernios...
En el vano se proyectaron las figuras de dos carceleros,
y detrás de éstos, el hombre a quien más aborrecía Fermin:
el marqués de Bisbal.
'En la mano traía el arrogante húsar un pliego de papel
de oficio haciéndolo flamear como si fuese un trofeo. '
Los dos carceleros, avanzaron; no así el marqués, que se
quedó prudentemente en el umbral. El león estaba encade-
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