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retiráronse todos y únicamente en la antesala había un sol-
dado, un asistente, que se levantó de la silla que ocupaba
y enderezó ante el marqués la figura mientras se restregaba
los ojos soñolientos.
La paz y el silencio que reinaban en la casa de su sue-
gro, devolvieron por completo el sosiego al corazón del mar-
qués.
e. 2 UCR seguro que su esposa permanecería en el lecho .
nupcial, dormida al fin tras aguardar inútilmente al hombre
que, ante el altar, había adquirido sobre ella derechos que
tan sólo la muerte podría dar por conclusos...
Bisbal sintió entonces algún remordimiento...
No estaba bien lo que había hecho con Azucena. En rea-
lidad que su comportamiento de marido en la noche de bo-
das había dejado mucho que desear.
El pícaro alcohol, la dichosa bebida había tenido la
culpa... De no ser por el maldito champán, que se le subió
a la cabeza, él en toda aquella noche no se habria apartado
de su mujercita.
¡No, no habría ido al hotel Colón, aunque cien Magda-
lenas le hubiesen llamado! -
Pero... había podido en él más su vanidad de «Tenorio»,
que la clara noción de su deber.
Y luego... ¿para qué? Para quedarse miserablemente
dormido en el hotel, como el último de los borrachos, dan-
do lugar a que la taimada Magdalena le robase un docu-
mento sumamente comprometedor...
Indudablemente la joven debía guardar sobre sí aquel
papel. :
Había que hacerla volver en sí lo antes posible.