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»AsÍ que no es templado Doroteo... ANí si alguno pasa
a la trastienda es para ofrecer el fruto de un hurto...
»Ya sabes que la debilidad de mi hermano es, precisa-
mente, esa: comprar a bajo precio las cosas que no se han
perdido...
»Los randas te venden por una miseria lo mismo un
«Longines» con cadena de oro, que un «tresillo» o una
«tumbaga» como ésta... ¿Ves qué luces?,
—;¡ Soberbio brillante!
—Pues... ¡por cuatro cuartos, Lumbreras!
—Bueno es saber dónde está el depósito, Ramón, que yo
también preciso alhajarme.
Eso en su día, Ezequiel. Que tú has traído de Amé-
rica un delirio de grandezas muy acentuado.
» Hablemos ahora de lo que verdaderamente importa.
»A esta mujer la hemos de sacar de aquí, pero no tal
como está, mi mucho menos... :
—Mira, ya comienza a rebullirse, Ramón—repuso Lum-
breras señalando a la infeliz secuestrada cuyo cuerpo es-
quelético acababa de estremecerse dolorosamente sobre el
viejo sofá en que se hallaba tendida.
—Hazme el favor de no pronunciar nombres propios, que
no tiene por qué enterarse esa mujer de ciertos detalles, y,
amordázala antes que se haya recuperado del todo de su
desmayo y comience ú gritar como una condenada...
—Eres de lo más precavido... Pero tienes razón que te
sobra. Voy a hacer inmediatamente lo que acabas de indi-
carme. :
Y. tomando de uno de sus bolsillos un flamante pañuelo