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resados como todos en descifrar aquel eniema. volvieron
precavidos al aposento a ellos destinado para ponersé 'a'sal-
vo de cualquier peligro posible.
Más que la curiosidad dominóles el miedo de la cobardía.
Franqueada por los que la custodiaban la entrada del
departamento que habían de registrar, por indicación del
coronel, el capitán y el teniente ordenaron a los que les se-
guían:
—Prudencia y silencio.
—Procurad producir el menor ruido posible.
Sería el modo mejor de sorprender al que iban buscan-
do y apoderarse de él si verdaderamente se hailaba allí.
Con igual propósito subieron la escalera a obscuras, y
al llegar al vestíbulo, también por indicación del que guia-
ba, quedaron allí en acecho esperando mientras el coronel
'se adelantaba solo por el largo pasillo que se extendía ante
él, con la intención de llamar por sí mismo a la puerta de .
las habitaciones del general.
Llamóle la atención la claridad de la luz que salía por
una puerta situada en el fondo y creció su extrañeza al oír
una voz de hombre que con acento burlón y amenazador al
mismo tiempo, decía-algo que no pudo comprender.
Avanzó sigiloso, llegó junto a aquella puerta, miró por
la misma y escuchó atentamente.
Era el preciso instante en que después de haber abierto
el armario en que dejó encerrado al marqués de Bisbal, «Ale-
gret» echaba en cara a éste su vergonzosa derrota, y el triun-
to de su víctima como justo castigo de su ruindad.
Impotente para sobreponerse a su terror, a:su asombro,
a su despecho, a su bochorno y a su cobardín, Alberto es-