Full text: [Primera parte] (1)

  
  
  
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mordaza y ligaduras, y saltando del armario, libre ya de 
todo temor: 
—¡A ellos!—repitió gozoso. 
Y declaró, aunque no era preciso, pues estaba a la vista: 
—Son el reo de muerte, disfrazado con mi uniforme de 
capitán de húsares para poder huir, y el prisionero «Ale- 
ereb», disfrazado a su vez con el uniforme de carcelero para 
facilitar la huída. 
Lia escena que allí se desarrolló entonces fué indescrip- 
tible. 
Al verse separada de Fermín por los que de él se apo- 
deraron, Azucena lanzó un grito penetrante, aquel agudo 
grito que interrumpió el sopor de la embriaguez de Andino, 
haciéndole creer que soñaba, y al comprender que volvía a 
perder para siempre al hombre amado, que volvía a estar 
en peligro de muerte, que los esfuerzos de Joaquín para sal- 
Varle resultaban in útiles, como inútiles habían resultado los 
Suyos, que era ya imposible el ideal de ventura que había 
llegado a concebir huyendo con él para vivir el uno para el 
Otro, loca, delirante, fuera de sí, prescindiendo en absoluto 
del recato y la prudencia, dejándose llevar únicamente por 
la pasión volcánica que encendía su corazón, y por el do- 
lor inmenso que desgarraba su alma, se abrazó frenética- 
Mente al condenado y siguió protestando a gritos de lo que 
constituía su irremediable desventura, mezclando a sus gri- 
vos palabras balbucientes y entrecortadas, que denunciaban 
“Omprometedoras sus hasta entonces ocultos sentimientos. 
Pué inútil la intervención del coronel, el capitán y el te- 
Mente para calmarla, para contenerla, para hacerla com- 
_Prender lo insensato, peligroso e inútil de su conducta; de 
 
	        
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