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Comprendió también, y esto fué lo que tuvo para ella
mayor importancia:
—Si el indulto fuese presentado, Ferratges lo a
para no comprometerse denunciando la false lad de lá que
es autor.
Y deseó ansiosamente:
—¡8Si yo pudiera recuperarlo!
La amenaza de publicar su falsedad y quién era el autor
de la misma, le serviría para hacerlo saber.
Dedujo, por último, y también esto parecióle muy im-
portante, que el indulto que Alberto creía habíale «arreba-
tado a ella, debió arrebatárselo Morcillo, puesto que éste
fué el que a ella se lo entregó, en pago de la sustracción de
los documentos relativos a la defensa nacional.
De esto podría servirse igualmente para amenazar a
Morcillo como ladrón del indulto, si necesitaba su ayuda y
negábase a prestársela.
Pero todo era inútil si no recuper aba el documento des-
aparecido.
¿Cómo recuperarlo ignorando quiénes eran y dónde esta-
ban los que en la carretera del castillo la abracaron y que |
debían ser los que lo tenían en su poder, por HabEESGIO qui-
tado al robarla?
Atenta a no ser sorprendida, a pesar del interés con que
seguía escuchando, Magdalena dióse cuenta de que alguien
aparecía en el corredor.
Refugióse prec ipitadamente en un rincón y, desde allí,
vió que el que llegaba y llamaba a la puerta, ¡hi a la cual
ella había escuchado hasta entonces, era Marcillo.
Fué un milagro que don Samuel no la viese, porque ha-