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¡Oh, ella no quería ir al convento que la destinaba su pa-
dre, en modo alguno! E
Pero... ¿cómo poder oponerse con éxito a su voluntad?
El general era inflexible y todopoderoso. Ella era... menor
de edad y no contaba con otro apoyo en el mundo que el de
Fermín, que nada podía hacer en su favor.
Sintió algo semejante a un vértigo, le temblaban las
piernas y cayó de rodillas ante ej general...
Un cuchitril inmundo, todo de piedra. Unas cadenas em-
potradags al muro, con sus respectivos grilletes para ama-
rrar al preso. Un petate de podrida paja, una banqueta de
madera y un cantarillo de agua, completaban el exiguo me-
naje de aquel antro. ho o |
De nuevo vióse Fermín encadenado. Al ajustarle dos gri-
lletes al tobillo y a la muñeca, observó el carcelero:
¿—¿Está usted herido? : Ea OS
El oficial, que no había desplegado sus labios hasta aquel
instante, sometiéndose con gesto altivo a la maldad de sus
verdugos, respondió afirmativamente. O
—El general no ha ordenado que lo pasemos a usted a |
- la enfermerla—se disculpó el jefe de los celadores—. ¿Sabe
- que se encuentra usted herido? Ai pe
-—¡Lo sabe! Pero acaso preferirá que me desangre sin
asisfencia médica alguna —— comentó sarcástico el prisio-
nero. ¿Ns
LU , A e ea NA a Ab
"Abandonó el jefe la celda en compañía de sus subordi-.
Fermín quedó a solas con sus recuerdos y con la radian-