CAPITULO LI
Cuando la tía Joaquina, disfrazada de mendiga, salió de
su casa para 11 a Montjuich a cumplir su promesa de entre-
gar personalmente a Azucena el misterioso escrito en el que
de un modo tan extraño era llamada con tanta urgencia, lo
cual realizó con la exactitud y el resultado que hemos visto,
doña Rosalía, rendida por la emoción, la ansiedad, la impa-
ciencia y la angustia, quedó medio aletargada. :
Mentira parecía que con lo mucho que había sufrido, le
quedaran fuerzas aún para resistir tanto.
El tio Pedro, sentado junto a la cabecera de la cama,
guardaba silencio, no atreviéndose a turbar aquel reposo
aunque fuera relativo y aparente.
—(Que descanse la infeliz—pensaba—, que bien lo nece-
sita y lo merece.
Y comc también dominabale la fatiga. pues no habia