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una carga para mí y no hubiese sabido qué hacer con él, le
hice depositar ocultamente en el torno de la 1
—; Hijo mio!—protestó la pobre madre, desgarrado el
nciusa.
- corazón.
No he vuelto a preocuparme más de él e ignoro si vive
o dónde está.
—Ya no debe ser un niño.
—Será un hombre, si no ha muerto.
—¿Cómo saberlo?
—No hay manera, puesto que fué depositado allí en la
forma que he dicho y no hay detalle alguno para su identi-
ficación. A
Cual si de pronto acudiera a su memoria un recuerdo,
Aurelia rectificó:
—+$i; uno hay.
—¿Cuál?—volvió a interrogar doña Rosalía, uniéndose
ahora en ella la esperanza a la ansiedad.
Reflexionó un instante la esposa de Valiente y siguió
explicando luego: : E
En previsión de que de aquella criatura pudiera Ccon-
venirme aprovecharme algún día, para poderla. reconocer,
si tal caso llegaba, la marqué...
—¿De qué modo?
—Grabando en su pecho, con un hierro candente, una
letra.
—¿Qué letra fué esa?
—JLa inicial del nombre de su madre: una R.
Afirmó, y así lo comprendieron todos:
—S$i vive, la letra seguirá grabada en su pecho; no se
borrará mientras viva.