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—¿Quez.. yo le conté a usted...?—replicó el muchacho,
todo turbado y sin comprender absolutamente.
—¿Ya mote acuerdas? No me sorprende. Pero... mira:
aquí consta de tu puño y letra. Has firmado una declaración
er regla.
Y mostrando el documento para el cual le arrancara la
firma el día anterior, dijo Valiente:
—En este escrito dirigido al juez, te reconoces autor de
la colocaí: *n dela bomba que explotó en los talleres Fran-
cino:
»¡ Debes recordar perfectamente el hecho! Tienes dos
muertes en tu haber. Tu acto terrorista costó la vida a dos
infelices.
»¡Por esto ahorcan al más pintado! Este papel, al pro-
pio tiempo que tu declaración, es tu sentencia de muerte.
—¿Pero... habla usted en serio o se chancea de mi?—
balbuceó «Alegret» posando: con: terror la mirada de sus
ojos desorbitados en Valiente Morcillo.
——¿Piensas que, porque sea policía, te voya delatar?
¿Por Eo no, muchacho!
—¿Delatarme? ¡Usted quiere divertirse a costa mía!
¡Qué P yo de esa bomba puesta en los talleres Francino, ni
qué tengo qué ver con los terroristas!
»Seré el más infortunado de los hombres, pero un cri-
minal, no, don Samuel.
—:¡Papeles cantan!—replicó Valiente mostrando el dE
cumento.
Y al propio e e con la otra mano le alargó una pis-
tola.
—¡Toma!-—le de Te ofrecí trabajo ayer y no soy ro-
foso nunca en cumplir la palabra dada. ¡Cógela! Es para ti,
—¿Para qué?—le preguntó vagamente «Alegret», que
creia estar viviendo una pesadilla. '
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—¿No lo supones?-—le con testó cínico el otrd-==, ¿Peross