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El atribulado muchacho tuvo ánimos para protestar:
-—Se equivocan ustedes; yo no cobro nada por lo que
dicen que hago.
Como no podía negarlo. pues habia sido descubierto,
confesó:
—Es verdad que evito muchos de los ¡golpes avisando
de los mismos a los amenazados por ellos, pero no lo hago
como traición ni en mi provecho, sino para impedir lo que
creo que no debe ser, por no poder impedirlo de otro modo:
Como último alarde de su energía, les echó en cara:
—La culpa es de ustedes, que abusan de mí, obligán-
dome a hacer lo que no quiero y amenazándome con matar-
me si no lo hago.
Sus últimas palabras fueron casi ininteligibles, porque
rompió a llorar amargamente.
—¡Basta de palabrería!—volvieron a ordenarle.
—¡Venga el dinero!
—¡Nos lo entregarás aunque no quieras!
—Y si-es verdad lo que dices y nada cobras por lo que
Las hecho...
—¡¡Ay de ti!
Lo arrojaron violentamente al suelo y lo registraron,
acabando de desgarrar sus miserables ropas, para concluir
antes.
No le encontraron nada de valor.
'El único objeto que llevaba encima era una navaja. que
se guardó de mostrar a las tres señoras al presentarse a
ellas.
Convencidos de la certeza de lo que habían dudado, por