De aquí que unos opinaran despreciativamente:
—Es un loco.
—Un insensato.
—Un imbécil que va contra sus propios intereses.
Y que otros admirábanle afirmando por el contrario:
—Es un buen hombre.
—Un hombre justo.
—Un hombre como deberían ser todos.
Su manera de ser, tan diferente a la de la mayoría de
los de su clase se inició en él desde que dejó de ser niño.
Cuando estuvo en edad propia para ello, su padre, para
permitirse el descanso que sus muchos años le imponían,
mandábale a él en representación suya a recorrer las pro-
piedades y a vigilar los trabajos que se efectuaban en las
mismas.
El desempeñaba gustoso el encargo, pero no limitábase
a observar y dirigir, sino que espontáneamente tomaba par-
te activa y directa en las faenas más pesadas, y si hacíanle
alguna observación acerca de ello, replicaba:
—¿No soy yo como los demás? Pues si ellos trabajan,
¿por qué no he de trabajar yo también? ¿Qué derecho ten-
go yo a no hacer nada y a vivir a costa de lo que hacen los
otros?
No lo hacía por codicia, pues su ayuda no dió lugar a
que fuese despedido ninguno de los trabajadores.
Trataba además a éstos cos una llaneza y un afecto bar
les, que ellos, en vez, de mirarle con el forzoso respeto debi»
do al amo, solían tratarle como su igual, y aseguraban sa=
tisfechos y orgullosos de ello:
—Es un camarada nuestro.