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Frecuentemente miraba la hora en el reloj de la esta-
ción, consultaba el suyo y decíase como para calmarse:
—Ya falta poco.
Hubo momentos en los que a su impaciencia: se unió
la inquietud, temiendo:
—¡Si no llegará por cualquier causa imprevista! ¡Si
Magdalena habrá cambiado de parecer o si en el camino le
habrá ocurrido algún percance!
Preguntábase ansioso:
—¿Qué sucedería entonces?
Abatido contestaba a su pregunta:
—Se apresuraría la muerte de Adela, y en mi triste so-
ledad a mí me atormentaría además el remordimiento de
no haber podido remediar el mal que hice y he reconocido
demasiado, tarde.
Tranquilizábase razonando:
—Si el viaje se hubiera suspendido Tomasa me lo ha-
bría avisado, y si en el camino hubiera ocurrido algo, aquí
se tendrían ya noticias de ello.
Otro recelo le preocupaba:
—¿Cuál sería la actitud de su hija al encontrarse. con
él? ¿Le rechazaría al intentar abrazarla, Bor, considerarle
el principal autor de todo?
Porque volvía por su madre, no por él,
A esto se replicaba:
—Magdalena es buena, como lo dencia viniendo, y
mis nuevos propósitos que conoce, me hacen acreedor a su
perdón por mis antiguos errores.
Pensaba también por último, en la amenaza de la huel-
ga, que no podía ocuparse en conjurar.