Que se había de vigilar habíase trasladado a Madrid, no dejó
orden alguna en tal sentido.
La muerte de Morcillo y la extraña forma en que tuvo
lugar impresionaron a Fermín como habían impresionado a
todos, aunque tampoco lo sintió como no lo había sentido
Nadie, reconociendo al igual que todos:
—Ha sido un castigo justo.
Pensó en Teresa lamentando:
—La pobre tendrá un disgusto, pues aunque desapro-
bara y condenase el proceder del difunto y sufriera las con-
secuencias del mismo, al fin y al cabo se trataba de su pa-
dre,
Comprendió a pesar de ello:
—Pero se libra de los peligros que la amenazaban an-
tes y no tropezará ya con los obstáculos para conseguir la
felicidad por medio del amor, casándose con «Alegret» cuan-
do convenga que lo haga, lo cual será también beneficioso
Para éste.
Y dedujo, recordando el conocido refrán que así lo in-
dica y convenciéndose ede que muchos refranes encierran
én su forma vulgar grandes verdades y profundos pensa-
Mientos:
—No hay mal que por bien no venga.
De las conferencias reservadas que con varios perso-
Najes celebró, el teniente sacó la seguridad absoluta de que
el asesinato de Morcillo no era obra de ninguna agrupación
Política ni trabajadora como se creía, sirviendo tal creencia
de punto de partida, para las represalias que se habían em-
Prendido con saña cruel.
Había motivos más que fundados para que aquellos a