2249
pués de meditarlo mucho, lo primero que necesitaba era ga»
ber el paradero del desaparecido.
¿Cómo averiguarlo?
No deseaba descubrirlo para intentar estrechar a su hijo
en sus brazos, por mucho que lo deseara, sino para prote-
gerla sin dar la cara, a fin de que su protección fuese de este
modo más eficaz. ;
Debía resignarse a que Ramón continuara prodigando sus
caricias a doña Rosalía, hasta que ella lograse hacerse mere-
cedora de solicitarlas y compartirlas.
—Según las explicaciones que me dió Ferratges—razo-
nó—, los que a Valencia fué buscando, en Valencia debieron
estar, aunque él no les encontró ya allí.
Y dedujo:
—Luego en Valencia es donde puedo encontrar el rastro
de su paradero.
Si acertaba en sus suposiciones, no le quedaba la menor
duda de que en compañía de los que de Valencia desapare-
cieron debía encontrarse Ramón.
Refiriéndose a Guillermo y al doctor Arús a quienes no
eonocla, pero de quienes el eS de Bisbal habíales ha-
blado, creyó:
-—Ellos me enterarán de lo que deseo saber, por lo mis-
mo que se interesan tanto por aquel por el que les pregun-
taré. e
Si para conseguirlo era necesario, les comunicaría quién
era y lo que se proponía.
—Siendo como son tan buenos —supuso—, a pesar de que
tal vez me desprecien por mi conducta anterior, al conocer