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salía, a Azucena y Teresa, y el otro a Jacinto, Joaquín y
Ramón.
No había más habitaciones y no podían instalarse de otro *
modo.,,
La carencia de muebles era casi absoluta.
Algunos cajones apolillados suplían la falta de sillas, y
“omo los colchones eran escasos, hubieron de ser suplidos
Por montones de paja. :
¡Pensar que de aquel modo y por culpa suya habían de
Vivir la esposa y la hija del general Andino, de todo un
Ministro!
Ellas conformábanse, sin embargo, como se conforma-
ban los demás, y hasta sentíanse satisfechas por estas jun-
tas, y por tener a su lado personas que les eran tan queri-
das.
El librarse de males mayores imponíales aquel sacri-
£cio,
Confiaban más que nunca en que, como era de justicia,
aquello terminaría tarde o tempranio.
Seguían cifrando en Fermín sus esperanzas de que así
fuese,
Próximas al fuego hallábanse sentadas juntas la seño-
ta Andrea y doña Rosalía.
Esta había sentido desde el primer instante una gran
Compasión por aquella infeliz paralítica y muda.
Aunque no sabía tampoco aún, como no lo sabían los
demás, quiénes eran ella y su hijo, juzgándolos por los su-
YOs adivinó sus sufrimientos como mujer y como madre.
De aquí que se consagrase con empeño a acompañarla
Y consolarla.
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