Full text: Segunda parte (2)

  
  
  
  
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—Hay que darse prisa, porque el tiempo urge. 
Púsose en pie y llamó dando algunas palmadas. 
Acudió presuroso el tabernero, que pareció que estu- 
viese acechando, en espera de aquel llamamiento. 
—La cuenta—le pidió Aurelia, 
—Ya le he dicho que lo pagará usted todo junto, cuan- 
do de aquí se vaya—le respondió él. 
—Es que he resuelto irme ahora mismo. 
—¿Para no volver? 
—Ularo. 
Contrariado y sorprendido, el dueño preguntále: 
—¿ Tiene usted alguna queja? 
—Ninguna—aseguróle ella—-; todo lo contrario. 
Y como le convenía seguir justificando las cosas, para 
impedir sospechas y poder obrar más libremente, explicó: 
—Es que por esos individuos con quienes he hablado y 
que encontré casualmente, he sabido que la persona que vine 
a esperar no desembarcará en este puerto, sino en el de Bar- 
celona. 
Así relacionaba su precipitada marcha con las falsas ra- 
zones que adujo antes para instalarse allí. 
—Por lo tanto, aquí no tengo ya nada que hacer—aña- 
dió—, y partiré inmediatamente en dirección a Barcelona, 
Para esperar allí al que llegará de un momento a otro. 
El tabernero no tuvo nada que oponer a esto y creyén- 
dolo yerdad, salió para ir a preparar la cuenta, pensando: 
—Ahora comprendo el motivo de su preocupación. 
—De este modo—quedó diciéndose ella—, si los pisto- 
leros me buscan y vienen a preguntar aquí por mí, creerán 
- Que he marchado efectivamente a Barcelona como les anun- 
 
	        
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