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—Hay que darse prisa, porque el tiempo urge.
Púsose en pie y llamó dando algunas palmadas.
Acudió presuroso el tabernero, que pareció que estu-
viese acechando, en espera de aquel llamamiento.
—La cuenta—le pidió Aurelia,
—Ya le he dicho que lo pagará usted todo junto, cuan-
do de aquí se vaya—le respondió él.
—Es que he resuelto irme ahora mismo.
—¿Para no volver?
—Ularo.
Contrariado y sorprendido, el dueño preguntále:
—¿ Tiene usted alguna queja?
—Ninguna—aseguróle ella—-; todo lo contrario.
Y como le convenía seguir justificando las cosas, para
impedir sospechas y poder obrar más libremente, explicó:
—Es que por esos individuos con quienes he hablado y
que encontré casualmente, he sabido que la persona que vine
a esperar no desembarcará en este puerto, sino en el de Bar-
celona.
Así relacionaba su precipitada marcha con las falsas ra-
zones que adujo antes para instalarse allí.
—Por lo tanto, aquí no tengo ya nada que hacer—aña-
dió—, y partiré inmediatamente en dirección a Barcelona,
Para esperar allí al que llegará de un momento a otro.
El tabernero no tuvo nada que oponer a esto y creyén-
dolo yerdad, salió para ir a preparar la cuenta, pensando:
—Ahora comprendo el motivo de su preocupación.
—De este modo—quedó diciéndose ella—, si los pisto-
leros me buscan y vienen a preguntar aquí por mí, creerán
- Que he marchado efectivamente a Barcelona como les anun-