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funto me pidió y recomendó con gran empeño, que hiciese
yo lo que él no había podido hacer; que buscase el modo de
poner de manifiesto la farsa del conde, para que sufriese
las consecuencias de ello.
Advirtió, para dar más importancia a lo que decía:
—Hizo constar que no le inspiraba ya el rencor al cul-
pable, sino el deseo de defender a las víctimas de éste.
Observó por cuenta propia:
—En la hora de la muerte se despierta la conciencia,
por aletargada que haya estado durante toda la vida, ha-
ciendo comprender la justicia € imponiendo el cumplimiento
del deber.
Añadió por último:
_—Y me aconsejó, también muy encarecidamente, que
hiciese lo que me encargaba por mí misma, no confiándolo
a nadie para no exponerme a que por indulgencia inmerecida
o por otras causas, fuése impedido.
, ,
Preguntó con una energía que parecia entusiasta:
—¿Cómo no he de respetar yo la última voluntad de un
difunto y cómo no he de esforzarme en cumplirla, máxime
siendo como es tan justa?
—-Puesto que me honra prescindiendo conmigo de la re-
_sérva que le impuso el difunto—ofrecióle espontáneamente
su interlocutor—, cuente conmigo para cumplir esa volun-
tad, que también respeto. Será remediar un error en el que
todos incurrimos involuntariamente.
Aurelia contuvo a duras penas una sonrisa de satisfac-
ción y de triunfo.
Lo que se le ofrecía era lo que ella se proponía solicitar
y esperaba conseguir.
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