2722
—Acierte o no en mis suposiciones—exigió don Rai-
mundo—, te exijo que me devuelvas al punto la lista que
tuve la debilidad de entregarte.
—Aquí la tienes—repuso ella, abriendo el bolso y entre-
gándosela—. Disgustada con lo ocurrido, hasta había olvi-
dado que la tenía en mi poder y ni he pensado siquiera en
leerla.
Como había tenido la precaución de copiarla, no necesi-
taba retenerla en su poder.
Aquello desconcertó a Cifuentes.
—No ha podido hacer uso de ella, puesto que aquí per-
manece tranquilamente—pensó—, y sin embargo me la de-
vuelve sin la menor dificultad.
Lo cual le indujo a creer:
—¿Me habré equivocado en mis sospechas? ¿Habrá sido
el anónimo obra de cualquiera que casualmente se haya en-
terado de lo que yo creía que sólo nosotros dos sabíamos?
Calmóle la posibilidad de que así fuese, con lo cual disi-
pábase el peligro que había temido, y la pasión volvió a
dominarle por completo.
—Perdona mis dudas y mis reproches—suplicó humil-
de—. Hazte cargo de lo que representaría para mí haber
_ acertado en las sospechas que las apariencias me hicieron
concebir, Por una parte habría quedado demostrado que
mentiste al fingirme amor, lo cual sería muy doloroso para
mi, adorándote como te adoro, y por otra parte me hubiera
visto comprometido, lo cual me habría perjudicado mucho,
Repitió, intentando e su id con un
abrazo: 4
—¡ Perdóname!