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—¿Le hablasteis de mi?—preguntó Magdalena contra"
riada.
—Hubo necesidad de decírselo todo; y aunque ello te
enoje, nos proporcionó la satisfacción de que el teniente
Fermín y todos los que nos oían, te hicieran justicia.
Para demostrarlo así le hizo presente lo que Fermín y
todos le habían encargado que le dijese de parte suya, renun-
ciando a hacerlo personalmente por no contrariar su deseo
de no dejarse ver.
—Y en él persistiré aunque de todo. se hayan enterado
—se propuso ella—. Seguiré defendiéndoles y luchando por
ellos, pero desde lejos.
—No sabes, por último—continuó Joaquín—, el motivo
de la visita del tBniente Fermín. |
—¿No lo he de saber?—replicó con amargura Magda»
lena—. Lo supongo. )
Comprendiendo que aludía a su natural deseo de ena-
morado de ver a Azucena, «Alegret» repuso:
—Te equivocas. El teniente Fermín fué a enterarnos de
una carta recibida para todos de las personas que nos am-
pararon en Valencia, y de las cuales debes tener noticias,
aunque no las conozcas. Esa carta fué para mos una sa-
tisfacción inmensa,
—Sobre todo para mi-—dijo Ramón sin poder contener-
se—, porque en ella se nos habla de mi madre, en una for-
ma muy distinta a la que cabía temer y esperar. E
Magdalena dirigió una furtiva mirada a la puerta del
dormitorio, adivinando el efecto que debía causar a la que
tras 6l estaba sin duda escuchando.
—Usted sabe quién es mi madre—confesó Ramón—, y