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Ramón no se atrevió a hacer lo mismo y quedó inmó-
vil contemplando al que tanto ansiaba ver.
—Lo sé todo—dijo Fermín a Joaquín, correspondiendo
a su abrazo—; sé cuánto has hecho.por defenderme y cum-
plir mi voluntad, y la suerte inesperada que has tenido con |
encontrar a tu madre, acaso como premio de ello. :
— Aquí no estamos bien—observó Guillermo, que no de-
jaba de mirar inquieto en torno suyo.
Como la observación era oportuna y como la habitación
a que la ventana correspondía era de la pon Bea, por
ella saltaron al interior de la casa.
Aunque sin encender luz todavía, la presentó a
Ramón diciendo:
—El que mi madre creyó su hijo...
—Aunque nunca le haya visto hasta ahora, sé también
quién es—le interrumpió el teniente—, y por lo que de él sé,
me consta que necesita y merece mi ayuda para defenderle
y librarle de la injusta acusación que sobre él pesa.
Le tendió la mano añadiendo:
—Te odiaría y procuraría tu castigo si fueras el verda-
dero autor de la muerte de Borrell, pero como no lo eres, y
sé que por el contrario esa muerte lamentas, te juzgo digno
de mi afecto y de mi ayuda. :
—Por evitar esa muerte que me achacan, habría. sacrifi- |
cado mi vida—repuso el hijo de Aurelia.
Y estrechó la mano que se le tendía pensando agrado: |
cido: E
_—Debe saber también quién es mi madre y sin embala a
go no me dic por ello; e :
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