34 i MUSEO DE
LOS TRES MOSQUETEROS
(Continuacion).
—Si me permitieseis... dijo d'Artagnan con
cierta timidez. )
—¿Qué?
—Poseo un bálsamo maravilloso para las heri-
das, presente que me hizo mi buena madre, y
cuya virtud he probado en mí mismo.
—¿Y qué quereis?
—HEscuchadme: estoy cierto de que en menos
de tres dias os vereis enteramente sano con este
bálsamo: cuando haya pasado este término y 0S
halleis restablecido completamente, tendré el
honor de medir mi espada con la vuestra.
La naturalidad con que d'Artagnan pronunció
estas palabras, realzaba en estremo su cortesía,
sin que aminorase en lo mas mínimo su bravura.
—A fé mia, caballero, dijo Athos, que esa pro-
posicion me agrada infinito; y aunque no pienso
aceptarla, veo en ella la espresion de un caballe-
ro. Así se portaban los héroes del tiempo de Carlo
Magno, que debemos tomar por modelo. Por des-
gracia pasó la época del grande emperador, y nos
hallamos en la del cardenal; y por muy bien
guardado que estuviese el secreto, en el espacio
dle tres dias sabríase que íbamos á batirnos, y lo
estorbarian seguramente. Pero ¡qué diantre! esos
hombres con su eterna: calma nunca acaban de
venir. j e |
-—Si teneis prisa, dijo d'Artagnan con la mis-
ma naturalidad y sencillez con que habia dife-
rido el duelo, si teneis prisa... y quereis... des-
- embarazaros... pronto de mí, no os aflijais por eso.
—Esa es otra proposicion que tambien me agra-
da muchísimo, contestó Athos haciendo un ligero
movimiento con la cabeza; la persona que así se
produce manifiesta desde luego que tiene tanto
talento como valor. Los hombres de vuestro tem-
ple me gustan infinito, y si no nos matamos uno
á otro, tendré un placer en trataros... No obs-
tante, esperemos á esos señores, pues no me urge
el tiempo, y quiero las cosas en regla. Vamos,
vamos, me parece que allí viene uno.
En efecto, á la desembocadura de la calle de Vau- |
girard, se divisó el hercúleo cuerpo de Porthos.
—¡Cómo! preguntó d'Artagnan, ¿va á ser uno
de vuestros testigos? A
—En efecto, si no hallais inconveniente.
—-Pues allí viene el otro.
_Volvióse d'Artagnan hácia donde Athos dirigia
la vista é inmediatamente conoció á Aramis.
NOVELAS.
—Positivamente: ¿acaso ignorais que siempre
andamos juntos, y que tanto entre los mosque-
teros como entre los demás guardias, en la corte
como en la ciudad, todo el mundo dice Athos,
Porthos y Aramis son los tres inseparables? Pero
nada tiene de estraño que lo ignoreis, supuesto
que acabais de llegar de Dax ó de Pau.
—De Tarbes, caballero, dijo interrumpiéndole
d'Artagnan.
—No podeis saber esta circunstancia, conti-
nuó diciendo Athos.
—Efectivamente, dijo d'Artagnan. Me parece
que vuestros nombres son demasiado conocidos,
y si llega á divulgarse mi aventura, probará que
vuestra union se halla cimentada en la confor-
midad de genios.
Entonces se acercó Porthos, y despues de ha-
ber saludado á Athos, se quedó muy sorprendido
al reconocer ád'Artagnan. Diremos de paso, que
ya no llevaba el brillante tahalí, ni la capa.
—¡Vaya! ¡vaya! esclamó, ¿qué significa esto?
—Que me voy á batir con este caballero, dijo
Athos indicando á d'Artagnan y saludándolos
con la mano.
—Tambien debo yo batirme con él, dijo
Porthos.
—Pero no será hasta la una, segun hemos
convenido, añadió d'Artagnan.
—Pues tambien tengo yo que habérmelas con
este caballero, dijo Aramis llegando al círculo.
—Pero no antes de las dos, volvió á contestar
d'Artagnan con la mayor sangre fria.
—¿Y por qué es tu duelo, amigo? preguntó
Aramis á Athos.
—Por haberme atropellado causándome:en el
hombro un daño terrible. Y tú, Porthos, ¿por
qué te bates? o
—Yo me bato... porque debo hacerlo, dijo Por-
thos poniéndose como una grana.
Pero el perspicaz Athos vió una disimulada
sonrisa en los labios del gascon, quien dijo:
—Ha sido por una disputa sobre la manera de
vestirse. | >
—¿Y tú, Aramis? preguntó Athos.
—Por una cuestion de teología, respondió este
indicando á d'Artagnan con la vista que guar-
dase silencio sobre su aventura.
Pero Athos vió una nueva sonrisa aparecer en
los labios del forastero, que se apresuró á decir:
—Efectivamente, así ha sido, pues no estába-
mos acordes en una cita de San Agustin.
—No es lerdo este muchacho, dijo para sí
Athos. A a
—Pues ahora que estais todos reunidos, dijo
— ¡Vaya! esclamó mas admirado queantes, ¿va d'Artagnan, permitidme que os presente mis
á ser vuestro segundo testigo Aramis?
disculpas.