Mino, y dirigiéndose á
lado, esclamó:
-- —No me admira que ese jóven tenga tanto
e “miedo á una pelota, pues será sin duda un aspi-
- Luna gigantesca y pasó la noche formando casti-
llos en el aire.
Aun no eran las ocho de la mañana, cuando
Nuestro jóven se presentó en casa de Athos.
Ll mosquetero estaba vestido, y dispuesto á
salir, pues como la audiencia no era hasta las
doce, habia arreglado con Porthos y Aramis, pa-
sar el rato en un juego de pelota que se hallaba
inmediato á las caballerizas del Luxemburgo:
invitó 4 d'Artagnan á que les acompañase: y aun-
que este no habia jugado en su vida, aceptó el
ofrecimiento con mucho gusto, pues no sabia co-
mo matar el tiempo desde las nueve de la ma-
hana, que eran entonces, hasta las doce.
Ya estaban jugando los dos mosqueteros, cuan-
do llegaron d'Artagnan y Athos. Este, que era
diestrísimo en todos los ejercicios corporales, se-
haló puesto al jóven gascon, y desafió á los otros
dos jugadores. Aunque jugaba con la mano iz-
Qquierda, conoció al primer bote, que el estado de
su herida no le permitia dedicarse á semejante
diversion. Retiróse de la palestra, y quedó solo
d'Artagnan para sostener la partida. Pero como
habia indicado que no lo haria en regla por no
conocer el juego, continuaron lanzándose la pe-
Jota sin contar los puntos. Entonces, arrojada
be esta por la mano hercúlea de Porthos, pasó tan
cerca de la cara de d'Artagnan y con tan violento
empuje, que á haberle cogido de frente, le hu-
- biera imposibilitado de presentarse al rey. D'Ar-
tagnan, que con su acalorada fantasía cifraba en
dicha audiencia sus esperanzas y su porvenir,
saludó cortesmente á sus contrarios, y les dijo
que no tomaria parte en el juego hasta que se
0onociese capaz de competir con ellos dignamen-
Le. Así que hubo dicho estas palabras, se Neri
á tomar un asiento en la galería.
Por desgracia, habia entre los espectadores un
e de su Eminencia, que no podia olvidar
la derrota que el dia antes habian sufrido sus
_ Compañeros, y en su cólera, deseaba aprovechar
la primera coyuntura que se le presentase para
vengarse. Creyó llegado el momento de conse-
la persona que tenia al
-——Tante á mosquetero.
Volvióse d'Artagnan prontamente como si le
hubiese mordido un áspid, y clavó su vista en el
guardia que acababa de pronunciar aquellas pa-
labras insolentes.
—Pues señor, continuó diciendo el soldado del
cardenal mientras se atusaba el bigote con aire
desdeñoso, miradme cuanto gusteis, pero lo dicho
está dicho.
MUSEO DE
NOVELAS. : 43
—Como son demasiado terminantes las pala-
bras que acabais de pronunciar, creo innecesaria
toda esplicacion, le dijo d'Artagnan en voz baja,
por consiguiente me limitaré á suplicaros que
me sigals.
—¿Cuándo? preguntó el guardia con mofa.
—Ahora mismo, si quereis.
—Sin duda; ¿sabeis quién soy?
—Lo ignoro; pero tampoco me importa sa-
berlo.
—Pues no haceis bien, jóven, porque si me
nombrase no os apresurariais tanto.
—¿Y cómo os llamais?
—Bernajoux.
—Pues, señor Bernajoux, dijo d'Artagnan muy -.
sereno, Os espero á la puerta de la calle.
—Allá voy inmediatamente.
—No tanta prisa, caballero, pues advertirán
que salimos juntos, y ya debeis suponer que para
el negocio que tenemos que evacuar nos incomo-
daria mucho la gente.
—Está bien, contestó el guardia, admirado de
que su nombre no hubiese producido en su an-
tagonista el efecto que esperaba.
Su admiracion provenia de que el nombre de
Bernajoux era conocido de todo el mundo en Pa-
rís, si se esceptúa á d'Artagnan; pues era de los
que con mas frecuencia se hallaban en las reyer-
las y escaramuzas que se repetian diariamente,
á pesar de los edictos del rey y del cardenal.
Porthos y Aramis se hallaban tan ocupados en
su juego, y Athos estaba tan embebido viéndo-
los jugar, que no notaron la desaparicion de su
compañero. Detúvose este á la puerta, como ha=
bia prometido al guardia, quien no se hizo espe-.
rar. Entonces d'Artagnan, que no tenia tiempo
que perder, pues la hora de la audiencia se venia
encima, miró en torno suyo, y hallando la calle
desierta, dijo á su contrario:
—Sin duda que es una suerte para vos, aun
cuando vuestro nombre sea Bernajoux, tener que
habéroslas solo con un aspirante á mosquetero;
pero no importa, que ya procuraremos hacer
cuanto nos sea dable: ¡en guardia!
—Se me figura, respondió el guardia, á quien
d'Artagnan provocaba de este modo, que no es
muy á propósito el local que habeis elegido, y
que haríamos mejor yéndonos á la abadía de
Saint Germain ó al Pre-aux-Clercs.
—Teneis razon en lo que decís, respondió d'Ar-
tagnan; pero teniendo una cita á las doce en
punto, me es imposible perder un momento;
conque, amigo, en guardia, en guardia.
Bernajoux no era hombre que se hacia reacio
al escuchar esta invitacion, y sacando su espada,
se echó sobre su antagonista, á quien espera-