Full text: no. 6 (1883,6)

       
  
Mino, y dirigiéndose á 
lado, esclamó: 
-- —No me admira que ese jóven tenga tanto 
e “miedo á una pelota, pues será sin duda un aspi- 
- Luna gigantesca y pasó la noche formando casti- 
llos en el aire. 
Aun no eran las ocho de la mañana, cuando 
Nuestro jóven se presentó en casa de Athos. 
Ll mosquetero estaba vestido, y dispuesto á 
salir, pues como la audiencia no era hasta las 
doce, habia arreglado con Porthos y Aramis, pa- 
sar el rato en un juego de pelota que se hallaba 
inmediato á las caballerizas del Luxemburgo: 
invitó 4 d'Artagnan á que les acompañase: y aun- 
que este no habia jugado en su vida, aceptó el 
ofrecimiento con mucho gusto, pues no sabia co- 
mo matar el tiempo desde las nueve de la ma- 
hana, que eran entonces, hasta las doce. 
Ya estaban jugando los dos mosqueteros, cuan- 
do llegaron d'Artagnan y Athos. Este, que era 
diestrísimo en todos los ejercicios corporales, se- 
haló puesto al jóven gascon, y desafió á los otros 
dos jugadores. Aunque jugaba con la mano iz- 
Qquierda, conoció al primer bote, que el estado de 
su herida no le permitia dedicarse á semejante 
diversion. Retiróse de la palestra, y quedó solo 
d'Artagnan para sostener la partida. Pero como 
habia indicado que no lo haria en regla por no 
conocer el juego, continuaron lanzándose la pe- 
Jota sin contar los puntos. Entonces, arrojada 
be esta por la mano hercúlea de Porthos, pasó tan 
cerca de la cara de d'Artagnan y con tan violento 
empuje, que á haberle cogido de frente, le hu- 
- biera imposibilitado de presentarse al rey. D'Ar- 
tagnan, que con su acalorada fantasía cifraba en 
dicha audiencia sus esperanzas y su porvenir, 
saludó cortesmente á sus contrarios, y les dijo 
que no tomaria parte en el juego hasta que se 
0onociese capaz de competir con ellos dignamen- 
Le. Así que hubo dicho estas palabras, se Neri 
á tomar un asiento en la galería. 
Por desgracia, habia entre los espectadores un 
e de su Eminencia, que no podia olvidar 
la derrota que el dia antes habian sufrido sus 
_ Compañeros, y en su cólera, deseaba aprovechar 
la primera coyuntura que se le presentase para 
vengarse. Creyó llegado el momento de conse- 
la persona que tenia al 
-——Tante á mosquetero. 
   
   
Volvióse d'Artagnan prontamente como si le 
hubiese mordido un áspid, y clavó su vista en el 
guardia que acababa de pronunciar aquellas pa- 
labras insolentes. 
—Pues señor, continuó diciendo el soldado del 
cardenal mientras se atusaba el bigote con aire 
desdeñoso, miradme cuanto gusteis, pero lo dicho 
está dicho. 
MUSEO DE 
  
NOVELAS. : 43 
—Como son demasiado terminantes las pala- 
bras que acabais de pronunciar, creo innecesaria 
toda esplicacion, le dijo d'Artagnan en voz baja, 
por consiguiente me limitaré á suplicaros que 
me sigals. 
—¿Cuándo? preguntó el guardia con mofa. 
—Ahora mismo, si quereis. 
—Sin duda; ¿sabeis quién soy? 
—Lo ignoro; pero tampoco me importa sa- 
berlo. 
—Pues no haceis bien, jóven, porque si me 
nombrase no os apresurariais tanto. 
—¿Y cómo os llamais? 
—Bernajoux. 
—Pues, señor Bernajoux, dijo d'Artagnan muy -. 
sereno, Os espero á la puerta de la calle. 
—Allá voy inmediatamente. 
—No tanta prisa, caballero, pues advertirán 
que salimos juntos, y ya debeis suponer que para 
el negocio que tenemos que evacuar nos incomo- 
daria mucho la gente. 
—Está bien, contestó el guardia, admirado de 
que su nombre no hubiese producido en su an- 
tagonista el efecto que esperaba. 
Su admiracion provenia de que el nombre de 
Bernajoux era conocido de todo el mundo en Pa- 
rís, si se esceptúa á d'Artagnan; pues era de los 
que con mas frecuencia se hallaban en las reyer- 
las y escaramuzas que se repetian diariamente, 
á pesar de los edictos del rey y del cardenal. 
Porthos y Aramis se hallaban tan ocupados en 
su juego, y Athos estaba tan embebido viéndo- 
los jugar, que no notaron la desaparicion de su 
compañero. Detúvose este á la puerta, como ha= 
bia prometido al guardia, quien no se hizo espe-. 
rar. Entonces d'Artagnan, que no tenia tiempo 
que perder, pues la hora de la audiencia se venia 
encima, miró en torno suyo, y hallando la calle 
desierta, dijo á su contrario: 
—Sin duda que es una suerte para vos, aun 
cuando vuestro nombre sea Bernajoux, tener que 
habéroslas solo con un aspirante á mosquetero; 
pero no importa, que ya procuraremos hacer 
cuanto nos sea dable: ¡en guardia! 
—Se me figura, respondió el guardia, á quien 
d'Artagnan provocaba de este modo, que no es 
muy á propósito el local que habeis elegido, y 
que haríamos mejor yéndonos á la abadía de 
Saint Germain ó al Pre-aux-Clercs. 
—Teneis razon en lo que decís, respondió d'Ar- 
tagnan; pero teniendo una cita á las doce en 
punto, me es imposible perder un momento; 
conque, amigo, en guardia, en guardia. 
Bernajoux no era hombre que se hacia reacio 
al escuchar esta invitacion, y sacando su espada, 
se echó sobre su antagonista, á quien espera- 
 
	        
© 2007 - | IAI SPK
Waiting...

Note to user

Dear user,

In response to current developments in the web technology used by the Goobi viewer, the software no longer supports your browser.

Please use one of the following browsers to display this page correctly.

Thank you.