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dónde están vuestros mosqueteros? Ayer os en-
cargué mucho que me los presentaseis, ¿por qué
no lo habeis hecho?
—Esperan abajo, señor, y si lo teneis á bien,
puede avisarles La Chesnaye para que suban.
—Sí, sí, que suban sin tardanza, porque van
á dar las ocho, y á las nueve espero visita. Hasta
la vista, duque, no os hagais desear tanto... En-
trad, Treville.
Saludó el duque, y se marchó en el mismo
instante en que entraban los tres mosqueteros y
d'Artagnan, conducidos por La Chesnaye.
—Adelante, valientes, entrad, esclamó el rey
así que los vió, pues tengo que echaros una
buena repulsa.
Acercáronse los mosqueteros, haciendo una
profunda reveréncia, y d'Artagnan se colocó de-
trás de todos.
—¡Qué diablos! esclamó el rey. Conque los
cuatro solos habeis puesto fuera de combate en
dos dias á siete guardias del cardenal. ¡Vaya! se-
hores, eso es demasiado, porque siguiendo así,
se veria su Eminencia en la necesidad de reno-
var su compañía todos los meses, y yo tendria
que mandar que se aplicasen con todo rigor los
edictos. ¡Uno por casualidad! no digo que no;
pero repito que es demasiado: ¡siete en dos dias!
—Por esa razon, dijo Treville, bien verá V. M.
que vienen sumisos y arrepentidos, á presenta-
ros sus disculpas.
—Sumisos y arrepentidos, decís, ¿eh? Poco me
fio de esas caritas compungidas é hipócrilas
cuando detrás veo asomarse una figura de gas-
con. Vamos, salid aquí delante, caballerito.
D'Artagnan, pensando que le iba dirigido aquel
cumplimiento, se aproximó revistiéndose del
aire mas cándido del mundo.
—¿No me decíais que era un jóven, Treville?
¡Vaya, vaya, pues si no es mas que un niño! ¿Y
este es el que le ha dado tan tremenda estocada
á Jussac?
—Y además de esa, otras á Bernajoux que no
le van en zaga.
—¿De veras?
—Y es menester añadir, observó Athos, que si
no me hubiera librado de las manos de Bicarat,
no tendria yo el honor ahora de ofrecer á V. M.
mi respeto y mi adhesion.
—¡Cáspita! Treville, el tal bearnés es un dia-
blo encarnado. Decia mi padre, que en este oficio
se agujereaban muchas ropillas é imutilizaban
muchas espadas, y yo creo que los gascones son
pobres, ¿no es así?
—Lo que puedo deciros con respecto á eso, se-
ñor, es que aun no se han encontrado en sus
montañas una mina de oro, y
bien pudiera el |
MUSEO DE NOVELAS.
¡cielo haber hecho en su favor este milagro, si-
¡quiera para recompensarles el arrojo y decision
con que han defendido los intereses del rey vues-
tro padre.
—Conque eso quiere decir que debo á los gas-
cones el ser rey, supueslo que soy hijo de mi
padre. Seguramente que no diré yo lo contrario,
pues no quiero rebajar sus glorias. Vamos á ver,
La Chesnaye, registrad todos mis bolsillos, y si
encontrais cuarenta doblones, traédmelos. En-
tretanto, jóven, referidme la verdad de lo que
pasó.
Entonces d'Artagnan, enumeró los pormeno-
res é incidentes del encuentro de la víspera: hizo
presente que no habiendo podido cerrar los ojos
en toda la noche con la alegría de ver á su ma-
jestad habia salido en busca de sus amigos mu-
cho tiempo antes que diese la hora de la audien-
cia: que para matar el tiempo habian ido á un
juego de pelola, donde por no haber querido re-
cibir un pelotazo, fué zumbado por Bernajoux,
quien estuvo á pique de pagar su mofa con la
vida, del mismo modo que de la Tremouille, que
no habia tomado cartas en el asunto, estuvo á
riesgo de ver quemada su casa.
ers dijo el rey, de la misma ma-
nera me lo ha referido todo el duque. ¡Pobre car-
denal! ¡Haber perdido en dos dias siete guardias
de los que apreciaba mas! Señores, os repito que
basta con esto, que estais mas que desquitados
del negocio de la calle de Ferou y os debeis dar
por contentos y pagados.
—Si V. M. está ya satisfecho, contestó Treville,
nosotros tambien lo estamos.
—Por cierto que lo estoy, dijo el rey tomando
de manos de La Chesnaye una porcion de mone-
das que puso en las manos de d'Artagnan; y con
esto doy una prueba de lo que digo.
En aquel tiempo no eran de moda las ideas de
orgullo que con tanta frecuencia vemos en nues-
tros dias, pues cualquier caballero recibia perso-
nalmenle del rey una cantidad de dinero, sin que
se creyese de ningun modo humillado: por con-
siguiente; d'Artagnan recogió sus cuarenta do-
blones y los guardó en los bolsillos, sin manifes-
tar reparo alguno; antes al contrario, dando
infinitas gracias á S. M. por su dádiva.
—Basta por hoy, dijo el rey mirando su reloj:
podeis retiraros pues son las ocho y media, y ya
os he dicho que á las nueve aguardo visitas: 0s
doy gracias, señores, por vuestro valor y arrojo,
y creo que siempre podré contar con vuestra de-
cision.
—Hasta la muerte, contestaron los cuatro á un
tiempo, pues nos dejaríamos hacer pedazos por
vuestra majestad.