Full text: no. 10 (1883,10)

  
  
74 MUSEO DE NOVELAS. 
LOS TRES MOSQUETEROS | 
(Continuacion). 
—¡Qué ha hecho, señora! dijo d'Artagnan, 
creo que su único crímen es tener á la vez la di- ' | 
cha y la desgracia de ser vuestro marido. 
—¿Caballero, y sabeis...? 
—Sé que habeis sido robada, señora. 
—¿Y por quién...? ¿lo sabeis? ¡Ah! si lo sabeis, 
decídmelo. 
—Por un hombre de cuarenta á cuarenta y. 
cinco años, de cabellos negros, tez morena, y. 
una cicatriz en la sien izquierda. 
—El mismo es, él mismo es: ¿pero como se. 
llama? 
—¡Ah! lo ignoro. | 
—¿Y mi marido sabe que me robaron? 
—Lo supo por una carta que le escribió el. 
mismo raptor. 
—¿Y sospecha, preguntó la señora Bonacieux 
con embarazo, la causa de este suceso? 
—Creo que lo atribuye á una causa política. 
—Al principio tambien lo temi, 
creo como él. ¿Conque mi querido Bindcionz noO 
ha sospechado de mí ni un instante? 
—¡Ah! tan distante de ello, señora, que está 
orgulloso de vuestra prudencia, y sobre todo de 
vuestro amor. E 
Otra sonrisa casi imperceptible apareció en 
los rosados labios de la hermosa jóven. 
—Pero, continuó d' ON ¿como os habeis 
fugado? e 
—Aproveché un momento en que me dejaron | 
sola, y como desde esta mañana sabia lo que de- | 
bia pensar acerca de mi rapto, con ayuda de. 
   
mis sábanas bajé por la ventana: entonces cre- 
yendo que mi marido estaba aquí, he venido 
corriendo. | 
—¿Para poneros bajo su proleccion? 
—¡Oh! no, pobrecito mio, ya sé que es in-. 
capaz de defenderme; pero como nos podia ser- 
vir en otra cosa, queria advertirle. 
—¿De qué? 
—¡Uh! este secreto no es mio, y no puedo de- 
círoslo. 
—Además, dijo d'Artagnan, (perdonad, seño- 
ra, si á pesar de ser guardia, 0s recuerdo la pru- 
dencia), sobre lodo, creo que no estamos aquí 
en lugar á propósito para hacernos confianzas. 
Los hombres que he puesto en vergonzosa fuga 
van á volver con gente armada, y si nos en- 
cuentran aquí, estamos perdidos. He hecho bien 
en avisar á mis amigos, ¿pero quién sabe si les 
habrán encontrado en su casa? 
y ahora lo! 
—Sí, sí, teneis razon, esclamó la señora Bo- 
¡nacieux horrorizada: ¡huyamos, salvémonos! 
| Al decir estas palabras se agarró del brazo de 
dl Artagnan y se lo llevó fuera con prontitud. 
| —¿Pero á dónde hemos de huir? dijo d'Artag- 
nan: ¿en dónde nos salvaremos? 
—Primero alejémonos de esta casa, y despues 
| Veremos. 
| Así nuestros jóvenes,- sin cuidarse de cerrar 
¡la puerta bajaron con rapidez por la calle de 
¡Fossoyeurs, entraron en la de Fossés-monsieur- 
¡le-Prince, y no se detuvieron hasta la plaza de 
¡San- Sulpicio. 
—¿Y ahora qué vamos á hacer? preguntó 
'd'Artagnan, ¿á dónde quereis que os conduzca? 
—Confieso que me hallo muy apurada para 
_ Tesponderos, dijo la señora Bonacieux: mi inten- 
| 
cion era de que mi marido avisase al Sr. Lapor- 
te, á fin de que este pudiese decirnos precisa- 
mente lo que habia pasado en el Louvre hace 
“tres dias, y si corria yo riesgo presentándome 
en palacio. 
 —Pero yo, dijo d'Artagnan, puedo ir á 
al Sr. Laporte. 
- —Seguramente; solo hay una pequeña difi- 
cultad, y es que siendo conocido en el Louvre el 
Sr. Bonacieux lo dejarian pasar, mientras que á 
vos, no siéndolo, os cerrarán la puerta. 
—Pero, dijo d'Artagnan, ¿tendreis en algun 
postiguillo del Louvre que os sea adicto y que á 
¡favor de alguna palabra de santo y.....? 
| La señora Bonacieux miró fijamente al jóven. 
- —¿Y si os comunicase esta palabra, dijo, la 
| olvidariais al momento que os hubiese servido? 
—Bajo mi palabra de honor, á fe de caballero! 
¡respondió d Artagnan con un acento que no per- 
mitia dudar de su veracidad. 
—Mirad, 0s creo, pues me pareceis un jóven 
| honrado. Además vuestra fortuna pende de vues- 
¡tra fidelidad. 
. —Haré sin promesas, y con mucho gusto, to- 
do lo que pueda por servir al rey y ser útil á la 
reina, contestó d' AREA disponed de mí como 
avisar 
de un amigo. a 
—¿Y en dónde me dejareis durante ese tiempo? 
NO teneis alguna persona de confianza con 
quien permanecer hasta que el Sr. Laporte venga 
á buscaros? | 
—NOo, ni quiero fiarme de nadie. 
—Esperad, dijo d'Artagnan; estamos muy e cer- 
ca de la casa de Athos. Sí, esto es. Y | 
—¿Quien es ese Athos? a 
—Un amigo. E 
—¿Y si está en su casa, y me iS 
—No está, y yo me llevaré la llave despues 
¡de haberos dejado en su habitacion. 
  
  
  
  
  
  
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