o
A
a
ES
MUSEO DE
una esplosion, para que con ella la mina diese!
fuego; y el fuego e ver claro.
—;¡Negocios de policía! esclamó el rey reco-
giendo las palabras de Treville, ¡asuntos de po-
licía! ¿y qué entendeis de esto? Meteos con vues-
tros mosqueteros, y no me rompais la cabeza. Al
oiros parece que si por desgracia prendiesen á
un mosquelero, la Francia estaria en peligro.
¡Ah! ¡cuánto ruido por un mosquetero! ¡Yo haré
prender á diez, voto vá! ¡ciento si es menester,
á toda la compañía! y no quiero que se pronun-
cie una palabra.
—Desde el instante en que sean sospechosos
á V. M., contestó Treville, los mosqueteros son
culpables: tambien me veis, señor, pronto á en-
tregaros mi espada, porque despues que el señor
cardenal ha acusado á mis soldados, no dudo que
concluirá por acusarme: así mas vale que me
constituya prisionero con Athos, que ya está
preso, y con d'Artagnan, que seguramente lo
estará.
—Cabeza gascona, ¿acabareis? dijo el rey.
—Señor, contestó Treville sin bajar en nada
la voz, mandad que me vuelvan mi mosquetero,
ó que sea juzgado.
—Lo juzgarán, dijo el cardenal.
—¡Bien! tanto mejor, pues entonces pediré á
su Majestad el permiso de defender su causa.
El rey temió un rompimiento.
—Si su Eminencia, dijo, no tuviera motivos
personales...
El cardenal vió venir al rey, y le salió al en-
cuentro.
—Perdonad, difo: pero desde el instante en
que V. M. crea que soy un juez con prevencion,
desisto.
— Veamos, dijo el rey, ¿me jurais por mi pa-
dre que Athos estaba en vuestra casa mientras
pasó aquel suceso y que no ha tenido parte en 61?
—Por vuestro glorioso padre, y por vos mis-
mo, que sois lo que amo y venero mas en el
mundo, lo juro.
—Tened á bien reflexionar, señor, dijo el car-
denal. Si soltamos así al preso, no se qn sa-
ber la verdad.
—Athos estará, añadió Treville, pronto á res-
ponder siempre que los togados gasten interro—
garle, No desertará, señor cardenal; estad bran-
quilo, yo respondo de él.
—Al fin no desertará, dijo el rey, y lo encon-
trarán siempre, como dice Treville. Además, aña-.
dió bajando la voz, y rirando con aire suplican-
le á su Eminencia, démosles seguridad, esto es
política.
Esta política de Luis XIII hizo sonreir á Ri-
chelien. |
NOVELAS. - 107
—Mandad, señor, dijo, teneis el derecho de
gracia.
—El derecho de gracia solo se aplica á los cri-
minales, observó Treville, que queria saber la
última determinacion del rey, y mi mosquetero
es inocente. No es gracia la que vais á hacer,
señor, sino justicia.
—¿Está en Fort-1'Eveque? preguntó el rey.
—Sí, señor, é incomunicado, en un calabozo
como el mayor de los criminales.
—i¡Qué diablos! murmuró el rey, ¿qué es ne-
cesario hacer?
—Firmar la órden de ponerlo en libertad, y
todo queda concluido, contestó el cardenal: creo
como V. M. que la garantía de Treville es mas
que suficiente.
Treville se inclinó con respeto y con una ale-
gría que no estaba exenta de temor; pues hubie-
ra preferido una tenaz resistencia por parte del
cardenal á aquella facilidad repentina.
El rey firmó la órden de libertad, y Treville
la llevó al instante.
En el momento de salir, el cardenal le saludó
con una sonrisa amistosa, y dijo al rey:
—Muy buena armonía reina entre los jefes y
soldados de vuestros mosqueteros, señor, cosa
que es muy útil para el servicio y muy honrosa
para todos.
—Sin duda me irá á jugar ahora alguna mala
pasada, decia Treville; pues no se saca nunca
nada en claro de un hombre semejante. Pero
apresurémonos, pues el rey puede mudar de pa-
recer á cada instante; y al fin y al cabo, mas di-
fícil es volver á llevar á la Bastilla ó á Fort-1'Eve-
que á un hombre que ha salido de ella, que cus-
todiar á un prisionero que se tiene allí.
Treville hizo triunfalmente su entrada en Fort-
l'Eveque, de donde sacó al mosquetero que no
habia abandonado su pacífica indiferencia.
En seguida, la primera vez que volvió á ver
á d'Artagnan, le dijo:
—¡De buena habeis escapado! Ya habeis co-
brado la estocada que disteis á Jussac. Queda
aun la de Bernajoux, pero será necesario que no
os fieis mucho. ]
Seguramente que Treville tenia razon en des-
confiar del cardenal, y creer que no estaba todo
concluido, pues apenas cerró la puerta tras sí el
capitan de los mosqueteros, cuando su Bennen-
cia dijo al rey:
—Ahora que estamos solos, vamos á hablar
con formalidad, si V. M. gusta, señor. Buckin-
gham ha estado en París cinco dias, y no se ha
ido hasta esta mañana.