Full text: no. 17 (1883,17)

  
  
130 MUSEO DE NOVELAS. 
LOS TRES MOSQUETEROS 
(Continuacion). 
Y los dos, espoleando á 
garon de una carrera á Saint-Omer. Allí hicie- 
ron descansar sus caballos teniendo las bridas en 
las manos por temor de algun nuevo accidente, 
y comieron de pié en la calle un bocado, conti- 
nuando enseguida su camino. 
A cien pasos de las puertas de Calais, se cayó | 
el caballo de d'Artagnan, y no hubo medio de 
hacerlo levantar; la sangre le salia por las nari- | 
ces y los ojos. Sin duda quedaba el de Planchet; 
pero este se habia parado, y no hubo medio de | 
hacerlo andar. 
Afortunadamente, como ya hemos dicho, es- 
taban á cien pasos de la ciudad; y así dejaron las 
dos cabalgaduras en el camino, y corrieron al 
puerto. Planchet llamó la atencion de su amo 
sobre un caballero que llegaba con su criado, 
y que solo les llevaba como unos cincuenta pasos 
de delantera. 
Se acercaron con prontitud á este caballero 
que parecia muy atareado. Llevaba sus botas 
muy cubiertas de polvo, y se informaba si po- 
dria pasar al instante á Inglaterra. 
—No hay cosa mas fácil, contestó el patron. 
de un barco pronto á dar la vela; pero esta ma-. 
nana llegó una órden de que no se dejase salir 4 
nadie sin espreso permiso del señor cardenal. 
—Yo tengo ese permiso; dijo el caballero, sa- 
cando de su faltriquera un papel; ahí está. 
—Hacedlo visar por el gobernador del puerto, 
dijo el patron, y dadme la preferencia. 
—¿Donde encontraré al gobernador? 
—En su casa de campo. 
—¿Y donde está situada? 
—A un cuarto de legua de la ciudad: mirad, 
desde aquí se vé, al pié de aquella eminencia, 
aquel techo de pizarras. | 
—Corriente, contestó el caballero. 
-Y seguido de su criado, tomó el camino de la 
casa de campo del gobernador. 
D'Artagnan y Planchet siguieron al caballero, 
á quinientos pasos de distancia. 
Así que estuvieron fuera de la ciudad, d'Ar-| 
tagnan apretó el paso, y le alcanzó á la entrada 
de un bosquecillo. 
—Caballero, le dijo d'Artagnan, me parece 
que llevais mucha prisa. 
—No se puede llevar mas. - 
Lo siento infinito, añadió d'Artagnan, pero 
como yo tambien tengo mucha prisa, quisiera. 
pediros un favor. 
—¿Cuál? 
sus cabalgaduras, lle- | 
—Que me dejeis pasar primero. 
—Esto es imposible, dijo el caballero. He an- 
¡dado sesenta leguas en cuarenta y cuatro horas, 
y es necesario que mañana al medio dia esté en 
Londres. 
—Y yo he andado el mismo camino en cua- 
renta horas, y es necesario que mañana á las 
¡diez esté en Londres. 
—Lo siento, caballero; pero he llegado prime- 
ro y no pasaré el segundo. 
—Lo siento igualmente, caballero, pero aun- 
que he llegado el segundo, pasaré primero. 
—lís para el servicio del rey, dijo el caba- 
llero. 
—lís para mi servicio, añadió d'Artagnan. 
—Me parece que es una querella lo que bus- 
| cals. 
—¡Pardiez! ¿pues qué quereis que sea? 
—¿Qué deseais? 
—¿Quereis saberlo? 
—Seguramente. 
—¡Pues bien! quiero el pasaporte que llevais, 
pues no lengo ninguno, y lo necesito. 
—Creo que embromais. 
—No embromo nunca. 
—Dejadme pasar. 
—No pasareis. 
—Amigo, voy á romperos la cabeza. ¡Hola! 
Lubin, dame mis pistolas. 
—Planchel, dijo d'Artagnan, encárgate del 
criado, que yo tomo al amo por mi cuenta. 
Animado Planchetl por el primer lance, se 
¡echó encima de Lubin, y como era fuerte y vi- 
'goroso, lo derribó al suelo de espaldas y le puso 
la rodilla sobre el pecho. 
—Haced vuestro deber, señor, que yo ya he 
hecho el mio. 
Al ver esto el caballero, sacó su espada y cayó 
sobre d'Arlagnan; pero tuvá que habérselas con 
un diestro adversario. 
Kn tres segundos le dió d'Artagnan tres esto- 
'cadas, diciendo á cada una: 
—Una por Athos, otra pr E Porthos, y Otra por 
Aramis. 
A la tercera estocada oxyo el caballero cuan 
| largo era. 
D'Artagnan lo creyó muerto, Óó cuando menos 
desmayado, y se acercó á él para apoderarse de 
la órden que llevaba; pero en el momento de 
alargar la mano á fin" de registrarle, el herido, 
¡que no habia soltado la espada, le dió una esto- 
Cada en el pecho, diciéndole: 
—HEsta para vos. 
—Y esta por mí. La última es la buena, es- 
clamó d'Arlagnan furioso clavándolo en el suelo 
¡con una cuarla estocada en el vientre. 
  
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