134 : MUSEO DE NOVELAS.
tiempo del que se necesita.
duque abriendo la puerta de la capilla: ¡Patricio!
Su ayuda de cámara de confianza entró.
—Haz que vengan mi joyero y mi secretario.
El ayuda de cámara salió con una prontitud
y silencio que probaban su costumbre de obede-
cer á ciegas y sin replicar.
Pero aun cuando el joyero fué llamado pri-
mero, el secretario entró al instante. Esto era
muy sencillo, puesto que vivia en la casa. En-
contró á Buckingham sentado delante de una
¡Patricio! gritó el
mesa, en su alcoba, escribiendo ciertas órdenes
de su puño.
—Jackson, dijo, vais ahora mismo á casa del
lord canciller, y le direis que le encargo la eje-
cucion de estas órdenes.
mulgadas al instante.
—Pero, monseñor, si el lor canciller me pre-
gunta acerca de los motivos que hayan podido
£
obligar 4 vuestra Gracia á una medida tan es-
traordinaria, ¿qué responderé?
—Que es mi voluntad,
dar cuentas á nadie de mis designios.
y que no tengo que
—¿Y será esa la respuesta que deberá trans- |
witir á S. M., añadió el secretario sonriéndose,
no puede salir ningun buque de los puerlos de
la Gran-Bretana?
—Teneis razon, conlestó Buckingham: en tal
caso dirá al rey que he decidido la: guerra, y
que esta medida es mi primer acto de hostil idad
contra la Francia.
El secretario se inclinó, y salió.
—Ya estamos tranquilos con respecto á esto,
dijo Buckingham volviéndose hácia d' Aian.
Si los herretes aun no han salido para Francia,
no podrán llegar hasta que esteis vos allá.
—¿Cómo es eso?
buques que se encuentran actualmente en los.
puertos de S. M. y sin un permiso particular, |
ninguno se atreverá á levar el ancla.
D'Artagnan contempló á aquel hombre que
empleaba en provecho de su amor el poder ili-
- mitado de que le habia revestido la confianza
del rey. Buckinghan, por la espresion del sem-
blante del jóven, penetró su pensamiento, y se
sonrió.
—Sií, dijo, Ana de Austria es mi verdadera
reina; con una palabra suya, haria traicion á
mi pais, á mi rey, á mi Dios. Ha exigido de mi
que no envie á los protestantes de la Rochela el
socorro que les habia prometido, y asi lo he he-
cho. Falté á mi palabra, pero no importa, cum-
plí su deseo; ¿no he sido grandemente pagado
por mi obediencia, pues á esta debo su rebralo?
D'Artagnan admiró los hilos tan. frágiles y
desconocidos de que están algunas veces suspen-
didos los destinos de un pueblo y la vida de los
hombres.
Hallábase en lo mas profundo de sus reflexio-
nes, cuando entró el plalero: era un irlandés de
los mas hábiles en su arle, y que, segun él mis-
mo confesaba, ganaba al año cien mil libras tra-
bajando para el duque de Buckingham.
—O'Reilly, le dijo el duque llevándolo á la
capilla, ¿veis estos herretes de diamantes? ¿De-
cidme cuanto vale cada uno?
El platero examinó primeramente la elegan-
cia con que estaban montados, calculó uno con
otro el valor de los diamantes y respondió sin
Deseo que sean pro-.
vacilar:
—Mil y quinientos escudos cada uno, milord.
—¿Cuántos dias se necesitan para hacer dos
herretes iguales á estos? Ya veis que faltan dos.
—Ocho dias, milord. :
—Pagaré tres mil escudos por cada uno; pero
los necesito para pasado mañana.
—Su senoría los tendrá.
—Sois un hombre muy apreciable, señor
O'Reilly, pero aun no he concluido: estos herre-
si S. M, tuviese la curiosidad de saber porque.
£
tes no se pueden confiar á nadie, por lo que es
_hecesario que se hagan en este palacio.
—Es imposible, milord, solo yo puedo hacer—
los, para que no vean la diferencia que hay en-
¡tre los nuevos y los antiguos.
-—+Entonces, mi querido O'Reilly, sois mi pri-
¡sionero, y aun cuando quisierais salir ahora de
palacio, no lo conseguirias;
resolved. Decidme
á cual de vuestros oficiales necesilais,
tambien los útiles que deben traerse.
El platero conocia al duque, y no ignoraba
que era inútil toda observacion, así tomó al ins-
¡tante su resolucion.
_—Acabo de hacer un embargo de todos los
|
—¿Me permitireis que avise á mi mujer? pre-
gunió.
——¡Oh! podreis tambien verla, mi querido
O'Reilly: vuestra cautividad será dulce, no le-
mais, y como toda incomodidad reclama una in-
demnizacion, aquí teneis, aparte del precio de
los herretes, un bono de mil ducados, para ha-
ceros olvidar la molestia que os causo.
D'Artagnan no volvia de su sorpresa viendo
que aquel ministro removia á su antojo los hom-
bres y tos millones.
Por lo que respecta al platero, escribió á su
mujer remitiéndole el bono de los mil ducados,
y encargándole enviase en cambio su oficial mas
diestro, un surtido de diamantes, cuyo nombre
y peso le designó, y una lista de los útiles que
necesitaba.
Buckingham llevó al platero á la habitacion
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