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en una de las puertas de la sala. El cardenal le
hablaba muy bajo, y el rey estaba pálido.
El rey atravesó la multitud, y sin máscara,
con las cintas de su jubon medio atadas, se acer-
có á la reina, y con voz alterada le dijo:
—Señora, ¿por qué no traeis vueslros herretes
de diamantes, cuando sabeis que me hubiera
gustado mucho verlos?
La reina dirigió la vista á su alrededor y vió,
detrás del rey, al cardenal que se sonreia Con eire
diabólico.
—Señor, contestó la reina conmovida, porque
en medio de esta gran confusion, he temido les
sucediese alguna desgracia.
—Habeis obrado mal, señora; si os he hecho |
ese presente, ha sido para que 0s adorneis con él.
Os repito que habeis hecho mal.
Y la voz del rey temblaba de cólera: todos mi- |
raban y escuchaban con admiracion, sin Com-
prender nada de lo que pasaba.
—Señor, añadió la reina, puedo mandar por
ellos al Louvre, donde están, y así se verán sa- |
tisfechos los deseos de V. M.
—Mandad por ellos, señora, mandad por ellos, |
y lo mas pronto posible, pues dentro de una hora
va á principiar el baile.
La reina saludó en señal de sumision, y siguió
4 las damas que debian llevarla á su gabinelo.
Por su parte el rey se fué al suyo.
En la sala hubo un momento de turbación y
confusion.
Todos pudieron notar que habia pasado algo |
entre el rey y la reina; pero los dos habian ha-
blado tan bajo, que habiéndose lodos por respelo
separado algunos pasos, nadie oyó nada. Rom-
pieron los violines con toda fuerza, pero nadie
los escuchaba.
El rey fué el primero que salió de su gabinete:
llevaba un vestido de caza de los mas elegantes,
y monseñor, y los demás caballeros iban vesti-
dos como él. Era el traje que mejor “sentaba al
rey, de modo que parecia seguramente el primer
caballero de su reino.
|
El cardenal se acercó al rey, y le entregó una |
caja. El rey la abrió, y encontró dos herreles de
diamantes. ]
- —¿Qué significa esto? preguntó entonces al
cardenal.
- —Nada, contestó este; si la reina liene los her-
retes, que mucho lo dudo, contadlos, señor, y sl
no hay mas que diez, preguntad á S. M. quién
puede haberle robado los dos que veis aquí.
El rey miró al cardenal como para pregunlar-
le, pero no tuvo tiempo de hacerle ninguna pre-
gunta, oyendo un grito de admiracion que salió
de boca de todos. Si el rey parecia el primer Ca-
MUSEO DE NOVELAS. 139
ballero de su reino, la reina era:seguramente la
¡mujer mas hermosa de Francia.
Es verdad que su traje de cazadora le daba ma-
ravilloso realce: llevaba un sombrero de fieltro
con plumas azules, una sobrevesta de terciopelo
cris de perla sujeta con broches de brillantes, y
un vestido de raso azul bordado lodo de plata.
En su hombro izquierdo brillaban los herretes,
sujetos por un lazo del mismo color que las plu-
mas y el traje.
El rey se estremeció de alegría, y el cardenal
¡de cólera; sin embargo, á la distancia en que se
hallaban de la reina, no podian contar los herre-
tes: la reina los llevaba: ¿pero eran diez ó doce?
Entonces dieron los violines la señal para el
¡baile. El rey se dirigió á la señora presidenta
con quien debia bailar, y Su Alteza monseñor
con la reina. Se colocaron en sus sitios respecti-
vos, y empezó el baile.
El rey bailaba en frente de la reina, y cada
¡vez que pasaba por su lado, devoraba con la vis-
ta los herretes, que no podia contar. Un sudor
¡frio cubria la frente del cardenal.
El baile duró una hora.
Concluida la funcion en medio de los aplausos
“de los concurrentes, cada cual volvió á acompa-
ñar á su dama á su sitio; pero el rey se aprove-
chó del privilegio que tenia de dejar la suya
¡donde estaba, para dirigirse con prontitud hácia
la reina. ]
—Os agradezco, señora, le dijo, la deferencia
que habeis manifestado á mis deseos, pero me
¡parece que os faltan dos herretes, y os los traigo.
Al decir estas palabras presentó á la reina los
dos herretes que le habia dado el cardenal.
—¡Cómo! señor, esclamó la reina aparentando
“sorpresa, aun me dais otros dos: entonces Con es-
tos formarán catorce.
Efectivamente el rey los contó, y los doce her-
¡retes estaban en los hombros de 5. M.
El rey llamó al cardenal.
—Decidme, ¿qué significa esto? le preguntó
¡con tono severo. :
—Significa, señor, contestó: el cardenal, que
deseaba ofrecer á S. M. esos dos herretes, y que
“no atreviéndome á ofrecérselos por mí mismo,
¡he adoptado este medio.
| y
- —Y estoy tanto mas reconocida á vuestra
Eminencia, contestó Ana de Austria con una
“sonrisa que manifestaba que no la engañaba
¡aquella misteriosa galantería, cuanto que estoy
¡segura de que estos dos herretes os cuestan tan-
to como han costado los doce á S. M.
Enseguida saludando al rey y al cardenal,
[se dirigió la reina á la habitacion donde se ha-
¡bia vestido, y en la que debia desnudarse.