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—Sí, pero creí que habias ee todo bu va- |
lor de una sola vez.
—Ya vereis como aun me queda un poquito |
para esta ocasion: lo único que os suplico, señor,
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es que no lo prodigueis demasiado, si quereis
que me dure mucho tiempo.
—¿Crees que esta noche ha de gastarse mucho?
—Lo espero.
—Pues bien, cuento contigo.
—A la hora convenida estaré pronto: ¿yo creia,
señor, que no habia mas que un caballo en la
cuadra de los guardias?
—Tal vez ahora no hay mas que uno; pero
esta noche habrá cuatro.
—;¿Parece que nuestro viaje ha sido un viaje
de remonta?
—Seguramente, contestó d'Artagnan; y ha-
biendo hecho á Planchet la última seña de reco-
mendacion, salió.
Bonacieux estaba á su puerta; la intencion de
d'Artagnan era de pasar sin hablar al digno ten-
dero; pero este le saludó con tanta afabilidad y
dulzura, que se vió obligado no solo á devolverle
el salado, sino á trabar conversacion con él.
Además, ¿cómo no tener alguna condescen-
dencia con un marido cuya mujer os ha dado
una cita para aquella misma noche en Saint-
Cloud en frente del pabelloncito de d'Estrées?
D'Artagnan se acercó con el aire mas amable aña
pudo tomar.
La conversacion recayó naturalmente sobre la
prision del pobre hombre. Bonacieux que igno-
raba que d'Artagnan hubiese oido su conversa-
cion con el hombre de Meung, contó á su jóven
inquilino +8 persecuciones de ese mónstruo de
Lassman, á quien no cesó de calificar, durante
toda su triste narracion, con el título de verdugo
del cardenal, y se estendió en grande acerca de
la Bastilla, de los cerrojos, las rejillas, los traga-
luces, los grillos, y losinstrumentos de tortura.
D'Artagnan le escuchó con una complacencia
ejemplar, y enseguida cuando concluyó:
—¿Sabeis, dijo, quién robó á la señora Bona-
cieux? pues no olvido que á esa circunstancia
desagradable debo la felicidad de haber hecho
conocimiento con vos.
—;¡Ah! dijo el señor Bonacieux, se han guar-
dado muy bien de decírmelo, y mi mujer por su
parte me ha jurado, por todo lo mas sagrado, que
_no lo sabe. Pero vos, continuó Bonacieux con un
tono de completa tranquilidad, ¿qué os habeis
hecho en estos dias pasados? No os he visto, ni á
vuestros amigos, y seguramente que no ha sido
en el piso de París, segun creo, en donde habeis
recogido todo el polvo que ayer quitaba Planchet
de vuestras botas.
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MUSEO DE NOVELAS.
—Teneis razon, mi querido-señor Bonacieux,
¡mis pá y yo hemos hecho un viajecito.
—¡¿Muy lejos de aquí?
—;¡Ah! Dios mio, ¡no! solamente á cuarenta
leguas: hemos ido á acompañar al señor Alhos á
los baños de Forges, en donde se han quedado
mis amigos.
—¿Y solo vos habeis vuelto, no es verdad? aña-
dió el señor Bonacieux dando á su fisonomía una
apariencia maligna. Un hermoso jóven, como
vos, no obtiene permiso de su querida para mu-
cho tiempo, y estaria impaciente prtncho: en
París, ¿no es verdad?
—Seguramente, contestó el jóven riéndose, y
os lo confieso con tanto mayor gusto, mi querido
señor Bonacieux, cuanto que veo que no se os
puede ocultar nada: sí, he sido esperado, y con
mucha impaciencia, os lo aseguro.
Una ligera nube pasó por la frente de Bona-
cieux, pero tan imperceptible, que d'Artagnan
no reparó en ella.
—¿Y vamos á quedar recompensados de nues-
tra diligencia? continuó el tendero con una lige-
ra alteracion en la voz, alteracion que d'Arta-
gnan no observó, lo mismo que le habia sucedido
con la nube momentánea que antes oscureció el
semblante del digno hombre.
—¡Ah! haceis porfectamente el papel de igno-
ale dijo d'Artagnan riéndose.
—No, lo que os digo, añadió Bonacieux, es
para saber si vendreis tarde. |
—¿Y por qué me haceis esla pregunta,
querido huésped? ¿tratais de esperarme?
—No; sino que desde mi encierro y del robo
que hicieron en mi casa, me horrorizo cada vez
que oigo abrir una puerta, y principalmente si
es de noche. ¡Cáspita! que quereis, no soy hom-
bre de armas tomar.
—;¡Pues bien! no os asusteis si entro á la una,
á las dos, Ó á las tres de la madrugada; y si no
vuelvo, no os asusteis tampoco.
Ahora Bonacieux se puso tan pálido, que d'Ar-
tagnan no pudo menos de notarlo, y le preguntó
qué tenia.
—Nada, contestó Bonacieux, nada. Desde mi
desgracia estoy sujeto á debilidades que de re-
pente se apoderan de mí, y acabo de esperimen-
tar un calofrio. No os inquieteis por esto, pues
solo debeis tratar de ser dichoso.
—Entonces tengo ocupacion, pues lo soy.
— Todavía no: esperad, hubeis dicho. Hasta
esta noche. E
—¡Pues bien! esta noche llegará, Dios me-
diante, y quizá la espereis vos con tanta impa-
ciencia como yo. Quizá esta noche la señora Bo-
nacieux visitará el domicilio conyugal.
mi