154 MUSEO DE
LOS TRES MOSQUETEROS |
(Continuacion).
A eso de las seis de la mañana, d'Artagnan se
despertó con ese disgusto que se esperimenta
por lo regular al amanecer despues de una mala |
noche. Su tocador no necesilaba mucho tiempo: |
revistó sus bolsillos para asegurarse de que no!
se habian aprovechado de su sueño para robarle, |
y habiendo encontrado el anillo en el dedo, su
bolsillo en la faltriquera, y sus pistolas en la
cintura, se levantó, pagó su botella, y salió para
ver si seria mas feliz buscando á su criado por.
la mañana de lo que lo habia sido por la noche. |
Con efecto, lo primero que distinguió por entre |
la niebla húmeda y blanquecina, fué el honrado |
Planchet, que, con los dos caballos del diestro, |
le esperaba á la puerta de un bodegoncillo es-
trecho, por delante del cual habia pasado d'Ar-
1
NOVELAS.
que cuando lo hacia por casualidad, cumplia
mas de lo prometido. Le saludó lleno de recono-
cimiento por lo pasado y por lo venidero; y el
digno capitan, que por su parte esperimentaba
un vivo interés por aquel jóven tan valiente y
tan resuelto, le estrechó efectuosamente la mano,
deseándole un feliz viaje.
Decidido á poner en práctica al momento los
consejos de Treville, se dirigió d'Artagnan á la
calle des Fossoyeurs, á fin de+ inspeccionar el
arreglo de su maleta. Al acercarse al número 11.
¡reconoció á Bonacieux, en traje de por la ma-
¡Tiana y de pié en el escalon de la puerta. Todo
lo que le habia dicho la víspera el prudente
Planchet acerca del carácter siniestro de su
huésped, se presentó entonces á la imaginacion
de d'Artagnan, quien lo examinó con mas alen-
cion que obras veces. Con efecto, además de
aquella palidez amarillenta y enfermiza que in-
kicaba la infiltracion de la bilis en la sangre, y
tagnan sin sospechar siquiera su existencia.
CAPITULO XXV
Porthos.
N lugar de dirigirse directa-
| mente á su casa, d'Artagnan
| Treville, y subió con rapidez
2 la escalera, determinado á re-
6) Sin duda le daria buenos con-
sejos en este asunto; pues como Treville veia
casi diariamente á la reina, quizá podria sacar
mujer, á quien hacian pa
que tenia á su ama.
Treville escuchó la narracion del jóven con
gar sin duda el afecto
en toda aquella aventura, que una intriga de
amor: enseguida, cuando d'Artagnan concluyó:
—¡Hum! dijo, todo-esto huele á su Eminencia
desde una legua. 8
—¿Y qué he de hacer? preguntó d'Artagnan.
—Nada, absolutamente nada ahora, sino salir.
de París, como ya os dije, lo mas pronto posible.
la desaparicion de esa pobre mujer, los cuales
seguramente ignora; esos pormenores la guiarán
por su parte, y cuando regreseis, quizás ha-
: en mí.
ER, - D'Artagnan sabia que aunque Treville. era
gascon, no tenia la costumbre de prometer, sino
se apeó á la puerta de la de
< ferirle cuanto acaba de pasar. |
de S. M. algunos indicios acerca de la pobre
una gravedad que manifestaba no veia otra cosa.
Yo veré á la reina, le contaré los pormenores de.
brá alguna buena noticia que daros. Descansad |
¡que acaso era accidental, d'Artagnan observs
en las arrugas de la cara cierta perfidia disimu-
lada. Un pícaro no se rie del mismo modo que
un hombre de bien, un hipócrita no llora con
las mismas lágrimas que una persona sincera é
“Ingénua. Toda falsedad es una máscara, y por
¡muy disimulada que esté, se consigue siempre
¡Con un poco de atencion distinguirla en el -"-
¡blante. |
Le pareció á d'Artagnan que Bonacieux lleva-
¡ba una máscara, y que era de las mas repug-.
"nantes. o
Impulsado por esta repugnancia hácia aquel
¡ hombre, iba á pasar por delante de él sin ha-
'blarle, cuando, lo mismo que el dia anterior,
'Bonacieux le preguntó:
—Decidme, jóven, ¿parece que pasamos las
noches en claro? Son las siete' de la mañana,
¡cáspita! Creo que trocais las costumbres recibi.
¡das y que entrais á la hora que salen los demás.
—No se os puede hacer la misma reprension,
i Bonacieux, contestó el jóven, sois el modelo de
¡las personas arregladas. Es verdad que cuando
se posee una mujer jóven y linda, no hay ne-
¡cesidad de correr tras la felicidad: esta es la que
¡viene á buscaros, ¿no es verdad, Bonacieux?.
| Bonacieux se puso pálido como la muerte,
¿aunque procuró sonreirse. |
—¡Ah! ¡ah! dijo Bonacieux, sois un compa-
ñero complaciente. ¿Pero á dónde diablos habeis
“ido á correrla esta noche? Parece que no están
¿buenos los caminos de travesía. E
D'Artagnan bájó los ojos hácia sus botas que
¡estaban todas llenas de lodo; pero en aquel mo-
vimiento vió los zapatos y medias del tendero:
Se podria decir que los habia metido en el mis-