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Pero he aquí que de pronto llegan estas pa-
labras á mis oidos:
—María se casa.
¡Oh! entonces conocí que yo continuaba amán-
dola ¡y de qué modo la amaba, Dios mio!
Aquella vez la busqué. Tal vez tambien ella
me buscaba por su parte. Esta doble necesidad
de volver á vernos, no tardó en hacer que nos!
encontráramos frente á frente. Era una noche;
el encuentro tuvo lugar en el camino hondo que
va á Trouville. |
¡Oh! ni siquiera tuve necesidad de hablarla. |
Ella leyó en mis ojos la pregunta que queria ha- |
cerla. Yo leí la contestacion en los suyos.
¡Era verdad! |
—¡Pedro, Pedro! esclamó con viveza, soy bu
desposada, lo seré siempre. .... Mientras tú no |
me digas: Cásate con Jaime... continuaré solte-
ra. Pero mi madre me ruega que me case... Mi.
madre es muy vieja... está muy enferma... ¡Tal
vez yo tengo tambien un deber que cumplir...!.
Yo lancé un grito de desesperacion.
—¡Pedro! esclamó María deshecha en llanto...
Pedro ¡te amo...! no puedes dudarlo... ¡te amaré.
siempre, siempre...! Pero ¡no por esto puedo de-
jar morir á mi madre!
Al oir aquel grito de su amor filial, no menos
doloroso que el mio, yo habria debido caer de
rodillas á sus piés, consentir en lo que me pedia,
decirla yo mismo: ¡María, ten valor y resigna-
cion!
Pero no, no lo hice así... yo no sabia lo que
me pasaba... habia perdido la cabeza... y pro-
rumpí en duros reproches contra ella, la amenacé
rudamente, me exasperé de un modo insensato.
—Haces mal... muy mal... murmuró María
con dulzura, pero no por eso te odiaré, mi pobre |
Pedro, no, porque veo que quien en este momen-.
to acaba de hablar no eres tú, es el escesivo amor
que me tienes... No tardará la razon en darte
mejores consejos y... entonces... me contestarás
de otro modo... Esperaré, Pedro, esperaré...
Y se alejó.
NOVELAS.
raban con mal ojo; nadie me tendia la mano
como en otro tiempo.
Hasta hubo algunos que se atrevieron á hablar
de mí en alta voz: unos en tono de compasion,
otros en tono de burla.
—Comprendo que es muy duro, Pedro, me dijo
un dia el decano de los pescadores. Pero, en fin,
¿qué quieres? es necesario pasar por ello... es
preciso saber ser hombre.
Otra vez, al atracar mi barca en la playa, oí
varias mujeres que murmuraban á mi alrededor
con intencionado acento:
—La madre Juana está mal esta tarde... muy
mal.
Hasta mi marinero se atrevió el dia siguiente,
bien es verdad que habia bebido un trago de mas,
á murmurar entre dientes:
—Sois como el perro del hortelano, patron... El
que vos no comais, no es una razon para querer
impedir que los otros coman.
Le llegó por último la vez al señor cura, que
me exhortó paternalmente, con la santa autori-
dad que presta la religion.
Yo no me atrevia, no queria, no podia acceder
aun. Pero la Cesarina tomó cartas en el asunto.
—Hasta que hayas obligado á María á casarse
con otro, me dijo, no habrás cumplido el jura-
mento que hicistes á4 tu hermano: no serás ver-
daderamente el padre de sus hijos.
¡Oh! esto acabó de decidirme, caballero... Hay
momentos en la vida en que uno encuentra una
especie de placer en hacer manar nueva sangre
de su casi desangrado corazon, momentos en que,
á fuerza de sufrir, se acoje con loca alegría todo
aquello que puede contribuir á aumentar nues-
tro sufrimiento.
- Resolví, pues, devolver su libertad á María.
¿Pero cómo participarla mi resolucion? Verla,
hablarla... era una cosa demasiado superior á
mis fuerzas. )
—Escribamos, me dije.
AE
Y permanecí en la orilla del camino, sollo-
zando y quebrantado por el esceso de mi dolor.
X1.
En efecto, algunos dias despues reflexioné.
No pudiendo, como no podia, casarme con Ma-
ría ¿tenia yo el derecho de impedir que se casara
con otro, de condenar á la vez á la hija al aisla-'
miento y á la madre á la muerte? :
Por otra parte veia que los que me rodeaban
y Conocian mi conducta la juzgaban en mal.
Compré con este objeto todo un cuadernillo de
papel para cartas; me encerré con llave en mi
cuarto y puse manos á la obra.
Aunque apenas sabia escribir, era tantas las
ideas que bullian confusamente en mi cerebro,
que mi mano cubrió rápidamente de groseros ca-
¡ractéres las cuatro páginas del primer pliego.
—¡Bien, bien! decia yo para mí. El escribir
es mucho menos difícil de lo que yo creia. Pare-
¿ce que no haya hecho otra cosa en toda mi vida.
(Se continuará).
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sentido. Todos evitaban mi encuentro y me mi- |
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