Full text: no. 25 (1883,25)

  
  
194 MUSEO DE 
LOS TRES MOSQUETEROS 
! 
| 
(Continuacion). | 
Por estos desastrosos detalles, se puede ver que 
la desolacion reinaba en aquella sociedad. 
Los lacayos, por su parte, como los corceles de 
Hipólito, participaban de las angustias de sus 
amos. Mosqueton hacia provisiones de mendru- | 
gos de pan; Bazin, que se habia entregado en un. 
todo á la devocion, no dejaba las iglesias; Plan-=' 
chet miraba volar las moscas, y Grimaud, á quien | 
la miseria general no podia determinar á romper | 
el silencio impuesto por su amo, daba suspiros | 
capaces de enternecer las piedras. | 
Los tres amigos, porque como hemos dicho, 
Athos habia jurado no dar un paso para equi- | 
  
parse, los tres amigos salian de sus casas por la. 
mañana temprano, y volvian muy tarde á ellas. 
Vagaban por las calles mirando al suelo, para ver. 
slá las personas que habian pasado antes que 
ellos se les habia caido alguna bolsa. Sa hubiera. 
dicho que iban siguiendo la pista á alguna per- 
sona, tanta era la atencion que ponian por donde | 
Mido | 
pasaban. Cuando se encontraban, se dirigian 
desconsoladoras miradas como diciendo: ¿Has 
encontrado algo? | 
Sin embargo, como Porthos habia sido el pri-| 
mero en hallar una idea y la siguiese tambien 
con constancia, fué tambien el primero en obrar. | 
Era un hombre de mucha actividad nuestro Por- 
thos; d'Artagnan le vió un dia que se encami-. 
naba hácia la iglesia de Saint-Leu, y le siguió 
instintivamente: entró en el sagrado templo des- 
pues de haberse atusado su magnífico bigote, y. 
estirado la perilla, lo que anunciaba siempre por 
su parte las intenciones mas conquistadoras. 
Como d'Artagnan tomaba algunas precauciones | 
para ocultarse, Porthos creyó que no habia sido 
visto: d'Artagnan entró despues de él. Porthos 
se colocó delante de una columna; y d'Artagnan, 
siempre ocultándose, se colocó en la otra. 
Afortunadamente habia sermon, lo que hacia. 
que estuviese mas concurrida la iglesia. Porthos 
aprovechó esta circunstancia para escudriñar á 
las mujeres: gracias á los solícitos cuidados de 
Mosqueton, el esterior del mosquetero estaba muy 
lejos de anunciar la miseria del interior; su som- 
   
  
_ brero se hallaba quizá un poco raido, su pluma 
algo descolorida, sus bordados algo empañados, 
sus encajes algo ajados; pero en aquella media 
claridad, todas estas bagatelas desaparecian, y 
Porthos era siempre el hermoso Porthos. 
D'Artagnan notó en el banco mas próximo á 
la columna en que estaban recostados Porthos y 
  
él, una especie de beldad antigua, algo amarilla 
NOVELAS. 
y seca, pero séria y altiva bajo su toca negra. 
Los ojos de Porthos dirigian furtivas miradas á 
esta dama, y enseguida recorrian con la mayor 
indiferencia toda la estension de la nave. 
Por su parte, la dama, que de vez en cuando 
se ruborizaba, echaba con la rapidez del relám- 
pago una mirada voluble á Porthos, y entonces 
los ojos de este se dirigian á todas partes, con el 
mayor furor. Era evidente que esto no era mas 
que una táctica que mortificaba visiblemente á 
la dama de la toca negra, pues se mordia con 
fuerza los labios, se rascaba la punta de la nariz, 
se agilaba en su silla con exasperacion. 
Habiéndolo notado Porthos, se atusó de nuevo 
el bigote, se estiró por segunda vez la perilla, y 
se puso á hacer señas á una hermosa que estaba 
cerca del coro, y que no solo era bella, sino gran 
señora, sin duda, pues á sus espaldas tenia un 
negrito. que le habia traido el almohadon sobre 
que estaba arrodillada, y una doncella que le te- 
nia su bolsa bordada con un escudo de armas, la 
cual encerraba su devocionario. 
La dama de la toca negra seguia de soslayo 
todas las miradas de Porthos, y conoció que se 
detenian en la dama del almohadon de terciope- 
lo, del negrito y de la doncella. | y 
Durante este tiempo Porthos no se descuidaba; 
y tan pronto hacia guiños oportunos, como se lle- 
vaba los dedos á los labios, y dirigia sonrisas 
asesinas, que traspasaban realmente á la bella 
desdeñada. £ 
Así es que en forma de mea culpa, y golpeán- 
dose el pecho dió un suspiro tan récio, que todo 
el mundo, y hasta la señora del almohadon de 
terciopelo, se volvió hácia aquel lado. Porthos 
permaneció impasible; y aun que lo habia oido, 
se hizo el sordo. : 
_La dama del almohadon encarnado, produjo 
grande efecto porque era hermosa, y mayor aun 
sobre la dama de la toca negra, que vió en ella 
una rival verdaderamente temible: un gran 
efecto en Porthos, que la halló mucho mas jóven 
y mucho mas linda que la dama de la toca ne- 
gra, un gran efecto sobre d'Artagnan que la re- 
conoció por la incógnita de Meung, de Calais, y 
de Douvres, á quien su perseguidor, el hombre 
de la cicatriz, habia saludado con el nombre de 
milady. 
D'Artagnan sin perder de vista á la dama del 
almohadon, continuó observando los manejos de 
Porthos, que le divertian mucho; creyó adivinar 
que la dama de la toca negra era la procuradora 
de la calle de Ours, tanto mas cuanto que la igle- 
sia de Saint-Leu no estaba muy distante de dicha 
calle. | 
  
  
. Supuso entonces, que Porthos trataba de lo= 
  
  
 
	        
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