228 MUSEO DE
clamó.
—Me parecia...
—Las mujeres como yo nunca lloran, repuso.
milady. |
— ¡Tanto mejor! decidme como se llama... |
—Pensad que su nombre es mi secreto. |
-—Pero es preciso, sin embargo, que yo lo sepa.
—¡0h! ¡sí! es preciso, ¡mirad si tengo con-.
fianza en vos!
—Me colmais de alegría. ¿Cómo se llama?
—Le conoceis. |
—¿De veras? | |
—SÍ.
—¿51 será algun amigo? repuso d' Artagnan |
j aparentando titubear para hacer creer su igno-.
rancia.
—51 fuese alguno de vuestros amigos ¿vacila=.
riais? esclamó milady. Y un reflejo de amenaza |
pasó por sus ojos.
—No, aunque fuese un hermano mio, esclamó
d' Arlagnan como transportado de entusiasmo.
Nuestro gascon caminaba sin riesgo porque
"sabia á donde habia de ir á parar.
—Me encanta vuestra lealtad, dijo milady.
—¡Ay! ¿no amais mas que esto en mi? repuso
d'Artagnan.
—Tambien amo á vuestra persona, le respon-
dió tomándole la mano.
Y aquella presion hizo estremecer á d'Arta-
gnan como si por el contacto la fiebre que abra-
-saba á milady se le hubiese comunicado.
- -=¿Vos, vos me amais? esclamó. ¡Oh! ¡si fuese
verdad seria cosa de volverse loco!
Y la estrechó en sus brazos. Ella no se resis-
tió, ni evitó un beso de d'Artagnan. Solo que no
-se lo devolvió. Sus labios eslaban frios como los
“de una estátua.
D'Artagnan en efecto estaba delirante de ale-
gría y en su delirio casi creia en la ternura de
Milady y aun en el crimen de Wardes.
Si lo hubiese tenido en aquel momento entre
sus manos, seguramente lo hubiera muerto,
Milady aprovechó la ocasion.
—Se llama... dijo á su vez.
—De Wardes, ya lo sé, interrumpió d'Arla-
gnhan.
—¿Y cómo lo sabeis? preguntó milady cogién-
dole ambas manos, y procurando leer hasta en
-el fondo de su alma.
D'Artagnan conoció que se habia dejado llevar
de su pasion y que habia cometido una falta.
—Lecid, decid, por Dios, repitió milad y ¿cómo
lo sabeis?
—¿Cómo lo sé? añadió d'Artagnan.
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—¿Quién os ha dicho que yg he llorado? es- |
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—SÍ.
NOVELAS.
—Lo sé, porque ayer de Wardes en un salon
en que yo estaba, enseñó una sortija que le ha-
'biais dado vos.
—¡Miserable! esclamó milad y.
El epiteto, como se puede comprender, resonó
hasta en el fondo del corazon de d'Artagnan.
—¿Con que...? continuó ella.
—¡Si! ¡os vengaré de ese miserable!
dl Artagnan dándose aire de importancia.
la mi valiente amigo, esclamó milady.
repuso
¿Y cuándo quedaré vengada?
—Mañana, ahora mismo, cuando querais.
—Milady iba á decir: Ahora mismo; pero re-
¡flexionó que semejante precipitacion seria poco
agradable á d'Artagnan.
Por otra parte tenia mil precauciones que to-
¡ar y mil consejos que dar á su defensor, á fin
de que evitase esplicaciones delante de lestigos
con el conde.
—Mañana, añadió d'Artagnan, os vereis ven-
gada ó yo quedaré muerto.
—No, yo quedaré vengada, pero vos no mori-
reis. Es un cobarde.
—Con las mujeres puede que sea así; pero 1.0
con los hombres, pues algo me consta.
—Sin embargo, me parece que en vuestra lu-
cha con él, no habeis tenido por qué quejarus de
la fortuna.
—La fortuna es una cortesana, que habiéndo-
se mostrado ayer favorable os hace traicion ma-
hana.
—¿Lo que quiere decir que titubeais ahora?
—No, yo no litubeo, ¡Dios me libre! pero ¿es
justo dejarme ir á una muerle posible, sin dar-
me algo mas que esperanzas?
Mil ady contestó con una mirada, que equiva-
lia á decir: Si no es mas que eslo, hablad. Luego
acompañada su mirada de palabras esplicativas,
dijo con ternura:
—Es muy justo.
—¡O0h sois un ángel! dijo el jóven.
—¿Conque queda todo arreglado?
—Menos esto que os pido, alma mia.
—¿No os digo que podeis fiar en mi amor?
—Ls que no puedo esperar, puesto que lal vez
no hay mañana.
— ¡Silencio! interrumpió ella, oigo á mi her-
mano; y es inútil que os encuentre aquí.
Llamó y Ketty apareció en la sala.
—Salid por aquí, dijo á d'Arlagnan empujan-
do una pequeña puerta secrela, y volved á las
once, para que acabemos nuestra conversacion.
Ketty os introducirá en mi alcoba.
La pobre niña pensó caerse al oir aquellas pa-
labras de milady.
—¡Y bien! ¿qué haceis, señorita, que os que-