O A
MUSEO DE
—No mintais, bello ángel mio, dijo d'Artagnan
haciendo un esfuerzo para sonreirse; seria inútil.
—¡Cómo! hablad, me haceis morir.
—;¡Oh! tranquilizaos; vos no sois culpable á
mis ojos, y yo os he perdonado ya.
—¡Bien! ¿y qué mas? ¿qué mas?
—De Wardes de nada puede vanagloriarse.
—¿Por qué? Vos mismo me habeis dicho que
esta sorlija...
—Esta sortija soy yo quien la tengo. El de
Wardes del jueves y el d'Artagnan de nad son
Una misma persona.
El imprudente aguardaba ver en milady una
sorpresa mezclada de pudor; una pequeña bor-
rasca que terminaria en lágrimas; pero se enga-
ñó estrañamente, aunque su error no fué muy
largo.
Pálida y terrible, milady se levantó, y recha-
zando á d' Artagnan con un violento golpe en el
pecho, se arrojó fuera de su lado.
D'Artagnan la detuvo cogiéndola por el peina-
dor de fina batista para implorar su perdon; pero
ella trató de huir con un movimiento poderoso
y resuelto. Entonces se desgarró el peinador por
la espalda, y en uno de los bellos hombros que
quedó descubierto, reconoció d'Artagnan, con un
sentimiento inesplicable, la flor de lis, esa marca
indeleble que imprime la mano infame del ver-
dugo.
—¡Gran Dios! esclamó soltando el vestido.
Y se quedó mudo, inmóvil, y como dic
en su sitio.
Pero milady conoció que habia sido dida
ta su marca por el espanto de d'Arlagnan. Sin
duda lo habia visto todo; el jóven sabia ahora su
secreto, secreto terrible, y que todo el mundo
ignoraba escepto él.
Se volvió, no como una mujer furiosa, sino
como una pantera herida.
—;¡Ah! ¡miserable! le dijo, me has hecho trai-
cion cobardemente, y oem sabes mi secreto.
Tú morirás.
Y corrió á un cofre de madera con embutidos,
lo abrió con mano febril y trémula, y sacó un
puñal con mango de oro y hoja aguda y delga-
da, y volvió de un salto hácia d'Artagnan, que
permanecia con el vestido en desórden.
Aunque el jóven fuese valiente, como ya se
sabe, no obstante quedó espantado al ver aquella
—isonomía trastornada, aquellas pupilas dilatadas
horriblemente, aquellas megillas pálidas, y aque-
llos labios manando sangre: se levantó, y retro-
cedió como hubiera hecho al ver una serpiente
que se avanzara hácia él y por instinto llevando
á su espada Ja mano mojada de sudor la sacó de
NOVELAS.
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Pero sin inquietarse con la vista de la espada,
milady continuó avanzando hácia él para herir-
le, y no se detuvo hasta que sintió la aguda
punta de la espada sobre su pecho.
Entonces trató de asir con sus manos aquella
espada, pero d'Artagnan se resistia á sus ataques,
presentándosela sin herirla, ya en los ojos, ya
en el pecho, y continuó en retirada hácia la puer-
la que conducia á la habitacion de Ketty.
Milady, entretanto, le acometia con furiosos
ademanes, rugiendo de una manera espantosa.
Sin embargo, como aquello acabó por aseme-
jarse á un duelo, d'Artagnan se serenó poco á
poco.
—Bien, hermosa dama, bien, le decia, ¡pero
por Dios! sosegaos, Ó sino os estampo una se-
gunda flor de lis en el otro hombro.
— ¡Infame! ¡infame! gritaba milady.
Pero d'Artagnan buscando la puerta se man-
tenia á la defensiva.
Al ruido que hacian ella derribando los mue-
bles, para alcanzarle, y él guareciéndose detrás
de los mismos para defenderse de milady, Ketty
abrió la puerta. D'Artagnan, que habia hecho
contínuos esfuerzos á fin de acercarse á aquella
puerta, no estaba ya mas que á tres pasos de
distancia. De un salto se lanzó de la habitacion
de milady á la de su doncella, y rápido como el
relámpago, cerró la puerta, contra la que se apo-
yó con todo su peso, mientras que Ketty echaba
los cerrojos.
Entonces milady intentó derribar el puntal
que sostenia la puerta, haciendo esfuerzos supe-
riores á los de una mujer: en seguida, cuando
conoció que aquello era inútil, acribilló la puerta
á puñaladas, de las que algunas atravesaron el
espesor de la madera.
Cada una iba acompañada de una nec
terrible.
—Pronto, pronto, Ketty, dijo d” Artagnan á me-
dia voz, luego que los cerrojos quedaron corridos,
hazme salir de esta casa, porque si le dejamos el
tiempo de reponerse, me hará matar por los la-
cayos. Apresurémonos, ¿comprendes? pues me
va en ello la vida ó la muerte.
—Ya, pero no podeis salir así con ese desar—-
reglo en el vestido.
—;¡Ah! tienes razon: arréglame como puedas;
y salgamos pronto. ¿Comprendes mi situacion?
Ketty comprendia demasiado. Le disfrazó con
prendas de vestido de mujer, y le condujo por la
escalera en medio de la mayor oscuridad. Toda-
vía era tiempo. Milady habia ya llamado y des-
pertado á todos los de la casa; el portero tiró del
cordon á la voz de Ketty en el mismo momento
la vaina.
en que milady gritaba: