Full text: no. 29 (1883,29)

     
  
O A 
  
  
  
  
MUSEO DE 
—No mintais, bello ángel mio, dijo d'Artagnan 
haciendo un esfuerzo para sonreirse; seria inútil. 
—¡Cómo! hablad, me haceis morir. 
—;¡Oh! tranquilizaos; vos no sois culpable á 
mis ojos, y yo os he perdonado ya. 
—¡Bien! ¿y qué mas? ¿qué mas? 
—De Wardes de nada puede vanagloriarse. 
—¿Por qué? Vos mismo me habeis dicho que 
esta sorlija... 
—Esta sortija soy yo quien la tengo. El de 
Wardes del jueves y el d'Artagnan de nad son 
Una misma persona. 
El imprudente aguardaba ver en milady una 
sorpresa mezclada de pudor; una pequeña bor- 
rasca que terminaria en lágrimas; pero se enga- 
ñó estrañamente, aunque su error no fué muy 
largo. 
Pálida y terrible, milady se levantó, y recha- 
zando á d' Artagnan con un violento golpe en el 
pecho, se arrojó fuera de su lado. 
D'Artagnan la detuvo cogiéndola por el peina- 
dor de fina batista para implorar su perdon; pero 
ella trató de huir con un movimiento poderoso 
y resuelto. Entonces se desgarró el peinador por 
la espalda, y en uno de los bellos hombros que 
quedó descubierto, reconoció d'Artagnan, con un 
sentimiento inesplicable, la flor de lis, esa marca 
indeleble que imprime la mano infame del ver- 
dugo. 
—¡Gran Dios! esclamó soltando el vestido. 
Y se quedó mudo, inmóvil, y como dic 
en su sitio. 
Pero milady conoció que habia sido dida 
ta su marca por el espanto de d'Arlagnan. Sin 
duda lo habia visto todo; el jóven sabia ahora su 
secreto, secreto terrible, y que todo el mundo 
ignoraba escepto él. 
Se volvió, no como una mujer furiosa, sino 
como una pantera herida. 
—;¡Ah! ¡miserable! le dijo, me has hecho trai- 
cion cobardemente, y oem sabes mi secreto. 
Tú morirás. 
Y corrió á un cofre de madera con embutidos, 
lo abrió con mano febril y trémula, y sacó un 
puñal con mango de oro y hoja aguda y delga- 
da, y volvió de un salto hácia d'Artagnan, que 
permanecia con el vestido en desórden. 
Aunque el jóven fuese valiente, como ya se 
sabe, no obstante quedó espantado al ver aquella 
—isonomía trastornada, aquellas pupilas dilatadas 
horriblemente, aquellas megillas pálidas, y aque- 
llos labios manando sangre: se levantó, y retro- 
cedió como hubiera hecho al ver una serpiente 
que se avanzara hácia él y por instinto llevando 
á su espada Ja mano mojada de sudor la sacó de 
  
NOVELAS. 
231 
Pero sin inquietarse con la vista de la espada, 
milady continuó avanzando hácia él para herir- 
le, y no se detuvo hasta que sintió la aguda 
punta de la espada sobre su pecho. 
Entonces trató de asir con sus manos aquella 
espada, pero d'Artagnan se resistia á sus ataques, 
presentándosela sin herirla, ya en los ojos, ya 
en el pecho, y continuó en retirada hácia la puer- 
la que conducia á la habitacion de Ketty. 
Milady, entretanto, le acometia con furiosos 
ademanes, rugiendo de una manera espantosa. 
Sin embargo, como aquello acabó por aseme- 
jarse á un duelo, d'Artagnan se serenó poco á 
poco. 
—Bien, hermosa dama, bien, le decia, ¡pero 
por Dios! sosegaos, Ó sino os estampo una se- 
gunda flor de lis en el otro hombro. 
— ¡Infame! ¡infame! gritaba milady. 
Pero d'Artagnan buscando la puerta se man- 
tenia á la defensiva. 
Al ruido que hacian ella derribando los mue- 
bles, para alcanzarle, y él guareciéndose detrás 
de los mismos para defenderse de milady, Ketty 
abrió la puerta. D'Artagnan, que habia hecho 
contínuos esfuerzos á fin de acercarse á aquella 
puerta, no estaba ya mas que á tres pasos de 
distancia. De un salto se lanzó de la habitacion 
de milady á la de su doncella, y rápido como el 
relámpago, cerró la puerta, contra la que se apo- 
yó con todo su peso, mientras que Ketty echaba 
los cerrojos. 
Entonces milady intentó derribar el puntal 
que sostenia la puerta, haciendo esfuerzos supe- 
riores á los de una mujer: en seguida, cuando 
conoció que aquello era inútil, acribilló la puerta 
á puñaladas, de las que algunas atravesaron el 
espesor de la madera. 
Cada una iba acompañada de una nec 
terrible. 
—Pronto, pronto, Ketty, dijo d” Artagnan á me- 
dia voz, luego que los cerrojos quedaron corridos, 
hazme salir de esta casa, porque si le dejamos el 
tiempo de reponerse, me hará matar por los la- 
cayos. Apresurémonos, ¿comprendes? pues me 
va en ello la vida ó la muerte. 
—Ya, pero no podeis salir así con ese desar—- 
reglo en el vestido. 
—;¡Ah! tienes razon: arréglame como puedas; 
y salgamos pronto. ¿Comprendes mi situacion? 
Ketty comprendia demasiado. Le disfrazó con 
prendas de vestido de mujer, y le condujo por la 
escalera en medio de la mayor oscuridad. Toda- 
vía era tiempo. Milady habia ya llamado y des- 
pertado á todos los de la casa; el portero tiró del 
cordon á la voz de Ketty en el mismo momento 
  
la vaina. 
  
  
en que milady gritaba: 
    
       
	        
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