242 MUSEO DE
LOS TRES MOSQUETEROS
(Continuacion).
—Habeis venido por Meung, en donde os su-
cedió cierto fracaso; yo no sé muy bien lo que
fué; pero en fin, fué un fracaso.
—Beñor, dijo d'Artagnan, he aquí lo que me
aconteció..
—Es inútil, es inútil, repuso el cardenal con
una sonrisa que indicaba que sabia la historia
tan bien como el que queria contársela. ¿Ibais
recomendado á Treville, no es verdad?
—Sí, monseñor; pero justamente en ese des-
graciado asunto de Meung...
—Se perdió la carta de recomendacion, repuso
su Eminencia, sí, lo sé muy bien. Pero Treville
es un hábil Esoñomista que conoce á los hom-
bres á primera vista, y os ha colocado en la com-
pañía de su cuñado Desessarts, prometiéndoos
que algun dia entrareis en los mosqueteros.
—Vuestra Eminencia está pre mente en-
terado.
—Desde entonces os han sucedido baslanles
lances. Os paseabais un dia por detrás de la Car-
tuja, un dia en que hubierais estado mejor en
otra parte. Despues hicisteis un viaje con vues-
tros amigos á los baños de Forges. Ellos se detu-
vieron en mitad del camino, pero vos continuas-
teis el vuestro. Esto es mu y sencillo, teniais que
hacer en Inglaterra.
—Monsenor, dijo d Artagnan cortado yo iba,
A cazar á Miadsor ó á otra parte, esto no im-
porta á nadie. Lo sé muy bien porque en mi po-
sicion debo saberlo. A vuestro regreso, fuisteis
recibido por una augusta persona, y veo con
gusto que habeis conservado el recuerdo que
os dió.
D'Artagnan lleyó la mano al dofiatos que le
habia dado la reina, y volvió prontamente el en-
garce para adentro; pero ya era demasiado tarde.
—Al dia siguiente, recibisteis la visita de Ca-
vols, repuso el cardenal; iba á suplicaros pasa-
seis al palacio. Esta invitacion no quisisteis sa=
tisfacerla, é hicisteis mal. |
- —Monseñor, temia haber incurrido en el de-
sagrado de vuestra Eminencia.
—¿Y por qué, caballero? ¿por haber seguido las
órdenes de vuestros superiores con mas ánimo é
inteligencia que ningun otro? ¿Iacurrido en mi
desgracia, cuando mereceis elogios? A los que no
obedecen, casligo yo, y no á á los que, como vos,
obedecen... demasiado bien... Y en prueba de
ello, recordad la fecha del dia en que os envié á
decir que vinierais á verme, y buscad en vues-
tra memoria lo que sucedió la misma noche.
NOVELAS.
Era la misma noche en que habia tenido lu-
gar el rapto de la señora Bonacieux. D'Artegnan
se estremeció al acordarse que media hora antes
la pobre mujer habia pasado junto á él, sín duda
llevada por el mismo poder que la habia hecho
desaparecer.
—En fin, continuó el cardenal, como hacia
algun tiempo que no ola hablar de vos, quise sa-
ber” lo que haciais. Por otra párte me debeis.
algun reconocimiento; pues habreis notado como
habeis salido libre de todas esas circunstan-
clas.
D'Artagnan se inclinó respetuosamente.
—Eso, continuó el cardenal, ha sido efecto no
solo de un sentimiento de equidad natural, sino
que tambien de un plan que me habia trazado
-con respecto á vos.
D'Artagnan estaba cada vez mas admirado.
-——Deseaba, repuso el cardenal, manifestaros
este plan el dia en que recibisteis mi primera
invitacion; pero no vinisteis.
é, oirlo. Sentaos en frente de mí, d' Arlagnan; sois
bastante caballero para escuchar de pié.
Y el cardenal indicó con el dedo una silla al
jóven, que se hallaba tan admirado de lo que
pasaba, que para obedece: peró un segundo
ademan de su interlocutor. *
—Sois valiente, d'Arlagnan, continuó su Emi-
nencia, y sois prudente, que vale mucho mas
todavía. Yo aprecio á los hombres de talento y
de corazon..
hombres de corazon Ins valientes ; pero aun
cuando sois tan jóven y har ao que entrasteis
en el mundo, teneis ya enemigos poderosos. Si
no os andais con cuidado os perderán.
—¡Ay! monseñor, respondió el jóven, lo con-
seguirán con bastante facilidad, sin duda, pues
que ellos son fuerles y están bien apoyados,
mientras que yo me hallo solo.
—Hs muy cierlo, pero aunque estais solo, ha-
beis hecho ya mucho, y hareis aun mucho mas,
no lo dudo. Sin embargo, creo que teneis nece-
sidad de ser guiado en la aventurada carrera que
habeis elegido; pues, si no me engaño, habeis
venido á Paris con la ambiciosa idea de hacer
fortuna. ca
—Estoy en la edud de las locas esperanzas,
monseñor, dijo d' Artagnan. =
—No hay locas esperanzas mas que para los
nécios, y vos sois hombre de talento. ¿Veamos
que dis si Os propusiera una bandera en mis
guardias, y el mando de una a despues
de la campaña? jo "
—¡ Ah! ¡monseñor...!
—¿Aceptais? ¿no es así?
Afortunadamente
-nada se ha perdido por este retardo, y hoy vais
- No os asusteis, yo entiendo por los
o a