ea
—Monseñor...
embarazado.
—Cómo, ¿rehusais? esclamó el cardenal admi-
rado.
—Yo estoy en los guardias de S. M., monse-
for, y no tengo razon de estar desconlento.
—Pero me parece, dijo su Eminencia, que mis
guardias son guardias de S. M. y que con tal
que se sirva en un cuerpo francés, se sirve
al rey.
—Monseñor, vuestra Eminencia ha compren-
dido mal mis palabras.
—Lo que quereis es un pretesto, ¿no es ver-
dad? Entiendo. ¡Pues bien! ese pretesto le teneis.
El adelantar la campaña que se abre, la ocasion
que os ofrezco, mirad lo que podeis alegar á los
ojos del mundo; á los vuestros, la necesidad de
protecciones seguras. Porque es necesario que
sepais, Artagnan, que he recibido quejas graves
contra vos; pues no consagrais esclusivamente
- vuestros dias y vuestras noches al servicio
del rey.
D'Artagnan se ruborizó.
—Además, continuó el cardenal, poniendo la
mano en un lio de papeles, ahí tengo un legajo
que os concierne. Pero antes de leerlo he queri-
do hablaros. Sé que sois hombre resuelto, y
vuestros servicios, bien dirigidos, en vez de
acarrearnos mal, podrán reportarnos mucho
bien. Vamos, reflexionad y decidios.
—Vuestra bondad me confunde; monseñor, y
reconozco en vuestra Eminencia mucha grandeza
de alma, que me hace pequeño delante de vos
- como un grano de arena; pero en fin, puesto que
vuestra Eminencia me permite hablar franca-
mente...
D'Artagnan se detuvo.
—Si, hablad.
—Pues bien: diré á vuestra Eminencia que
todos mis amigos están en el cuerpo de mosque-
teros y en los guardias del rey, y que mis ene-
migos, por una fatalidad inconcebible, están en
los de vuestra Eminencia. Seria, pues, mal re-
cibido aquí, y mal visto allí, si aceptase el ofre-
cimiento de vuestra Eminencia.
—;¿Tendriais la orgullosa idea quizá, de creer
-que no os ofrezco lo que mereceis, caballero? dijo
el cardenal con una sonrisa de despecho.
—Monseñor, vuestra Eminencia me honra mil
veces mas de lo que merezco; pues muy al con-
trario, creo no haber hecho nada para ser digno
de sus bondades. El sitio de la Rochela va á
empezar, monseñor: sérviré á la vista de vuestra
_ Eminencia, y si tengo la dicha de conducirme
en esta campaña de modo que merezca alraer
Sus s miradas... Noia: tendré al menos en mi
MUSEO DE NOVELAS.
repuso d'Artagnan con aire|
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favor alguna accion que pueda ¡justificar la pro-
teccion con que vuestra Eminencia quiere hon-
rarme. Cada cosa puede hacerse á su tiempo.
Tal vez mas adelante, tenga el honor de consa-
grarme á vuestro servicio, ahora pareceria que
me vendia.
—¿Es decir qué rehusais entrar en mi servi-
cio, caballero? dijo el cardenal con un tono de
despecho en el que se traslucia, sin embargo,
una especie de estimacion. Permaneced libre, y
conservad vuestros ódios y vuestras simpatías.
—Monseñor..
—Bien, bien, dijo el cardenal, no os guardo
rencor por esto: pero ya os hareis cargo de que
uno cumple bien con defender y recompensar á
los amigos y nada debe á sus enemigos. Sin
embargo, os daré un consejo. Andad con cuida-
do, d'Artagnan, pues desde el momento en que
yo retire la mano con que os apoyo, no daria un
óbolo por vuestra vida.
—Trataré de hacerlo, monseñor, dijo el gas-
con con humilde seguridad.
—Pensad mas adelante, y en cierto caso, si
os sucede alguna desgracia, dijo Richelieu con
intencion, que he sido yo quien os ha buscado
y que he hecho todo lo posible para que esa des-
gracia no sucediera.
—Tendré, suceda lo que quiera, dijo d'Arta-
gnan poniendo su mano en el pecho, é inclinán-
dose, un eterno reconocimiento á vuestra Emi-
nencia por lo que está haciendo por mi.
—Pues bien, como habeis dicho, d'Artagnan,
nos volveremos á ver despues de la campaña. No
os perderé de vista, porque estaré allí, continuó
el cardenal señalando con el dedo á d'Arlagnan
una magnífica armadura que debia vestir. Y á
nuestro regreso, arreglaremos cuentas.
—¡Ah! ¡monseñor! esclamó d'Artagnan, ahor-
radme el peso de vuestro disfavor, permaneced
neutral, monseñor, si veis que obro como caba-
llero.
—Jóven, dijo Richelien; si puedo en alguna
ocasion ropetiros lo que os he dicho hoy, 08 pro-
melo o
Aquella última frase de Bichialtók espresaba
una duda terrible, y consternó á d'Arlagnan mas
de lo que lo hubiera hecho una amenaza, pues
¿seria una advertencia de lo que debia suceder?
¿El cardenal tralaba de preservarle de alguna
desgracia que le amenazaba? Abrió la boca para
responder, pero con un ademan allivo, el carde-
nal le despidió.
D'Artagnan salió; pero á a puerta le faltó el
ánimo y por poco vuelve, á á entrar. Enlonces se
imaginó la fisonomía grave y severa de Athos.
Si hacia con el cardenal el pacto que le proponia,