Full text: no. 34 (1883,34)

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212. MUSEO DE NOVELAS. 
—¿Y qué va á hacer ella ahora? preguntó el 
jóven. 
—Probablemente, dijo Athos con indiferencia, 
escribirá al cardenal que un condenado de mos- 
quetero, llamado Athos, le arrancó por fuerza su 
salvo conducto y le aconsejará que se desemba- 
race de él, y al mismo tiempo de sus dos amigos, 
Porthos y Aramis. El cardenal se acordará de 
que esos son los mismos hombres que encuentra 
slempre á su paso, y una mañana quese levante 
de mal humor hará prender á d'Artagnan, yá 
fin de que no se fastidie estando solo, nos enviará 
á hacerle compañía á la Bastilla. 
—Vamos, dijo Porthos, me parece que ya esas 
son chanzas pesadas. 
—¡Oh! no me chanceo, dijo Athos. 
—¿Sabes, dijo Porthos, que torcer el pescuezo 
á esa endemoniada de milad y seria menos pecado 
que torcérselo á esos pobres diablos de hugono-. 
tes, que no han cometido mas crimen que el de 
cantar en francés los salmos que nosotros canta- 
mos en latin? - 
—¿Qué dice el cura? preguntó tranquilamente 
Athos. 
—Digo que soy de la opinion de Porthos, res- 
pondió Aramis. 
—Y yo tambien, añadió d'Artagnan. 
—Afortunadamente está lejos, dijo Porthos, 
pues confieso que si estuviese aquí, me inquieta- 
ria mucho. 
—Lo mismo me inquieta á mi en Inglaterra 
que en Francia, repuso Athos. 
—A mí me inquieta en todas partes, añadió 
d'Artagnan. 
—Pero cuando la tenias en tu poder, dijo Por- 
thos; ¿por qué no la ahogaste, ó la sofocaste, ó la 
ahorcaste? Solo los muertos no vuelven á parecer. 
—¿Lo creeis así, Porthos? dijo el mosquetero 
con una sombría sonrisa que únicamente com- 
prendió d'Artagnan. 
—Me ocurre una idea, añadió este. 
—Veámosla, dijeron los mosqueteros. 
—¡A las armas! gritó Grimaud. 
Los jóvenes se levantaron con 
rieron á sus fusiles. j 
Ahora una pequeña tropa avanzaba compuesta 
de veinte á veinticinco hombres; pero no eran 
como anteriormente peones, sino soldados de la 
guarnicion. 
—Será cosa de que nos volvamos al campo, di- 
viveza, y cor- 
_ Jo Porthos, me parece que la partida no es igual. 
—Imposible por tres razones, respondió Athos; 
la primera es que no hemos acabado de almor- 
zar; la segunda que tenemos todavía cosas muy 
importantes que decir; y la tercera que faltan 
diez minutos para la hora “completa. 
| —Veamos, dijo Aramis, es preciso arreglar un 
¡| plan de batalla. j 
—Es muy sencillo, dijo Athos. Tan pronto 
como el enemigo se halle á tiro de fusil hacemos . 
fuego; si continua avanzando repelimos fuego 
mientras tengamos fusiles cargados; si el resto . 
de la tropa quiere entonces subir al asalto, los * 
dejamos que bajen hasta el foso, y entonces les 
echamos encima esle lienzo de muralla que solo 
se sosliene en pié por un milagro de equili- 
brio. 
—i¡Bravo! dijo Porthos; decididamente, Athos, 
tú has nacido para general, y el cardenal, que 
se cree un gran guerrero, es muy poca cosa com- 
parado contigo. 
—sSeñores, dijo Athos, nada de empleos acu- 
mulados, os lo suplico, que apunte bien cada 
¡UNO á su contrario, 
—Yo tengo ya el mio, dijo d'Artagnan. 
—Y yo el mio, añadió Porthos. 
—Y yo idem, continuó Aramis. 
—Pues vamos: ¡fuego! dijo Athos. 
Los cuatro tiros de mosquete no hicieron mas 
que una detonacion, y cuatro hombres cayeron. 
Inmediatamente batió el tambor, y la pequeña 
partida avanzó á paso de carga. 
Entonces los tiros se sucedieron sin regulari- 
dad, pero siempre con la misma certeza; sin 
embargo, como si hubiesen conocido los de la 
Rochela el corto número de sus enemigos, con- 
tinuaron avanzando á paso de ataque. : 
Dos hombres mas cayeron bajo otros tres tiros 
de nuestros héroes; pero no por esto se entibia- 
ba en nada la marcha de los que aun quedaban 
vivos. | 
Al llegar al pié del baluarte, los enemigos eran 
doce ó quince, otra descarga los acogió, pero no 
los detuvo; saltaron al foso y se prepararon para 
escalar la brecha. 
—Vamos, amigos mios, dijo Athos, concluya- 
mos de una vez. ¡A la muralla! ¡á la muralla! 
Y los cuatro amigos, ayudados de Grimaud, 
se pusieron á empujar con el cañon de sus fusi- 
  
  
  
les un enorme lienzo el cual se inclinó como 
impelido por el viento; y desprendiéndose de 
sus cimientos, cayó al foso con un espantoso 
ruido: entonces se oyó un grito terrible, una 
Lube de polvo subió hasta el cielo, y todo quedó 
concluido, E 
—¿S1 los habremos aplastado á todos? 
Athos. ( ¡ 
—A fe mia, yo así lo creo, dijo d Arlagnan. 
—No, repuso Porthos, ved allí dos ó tres que 
se salvan cojeando. | 
  
  
dijo 
  
A A e do LO Oro O a e 
  
  
  
  
  
  
  
  
 
	        
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