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212. MUSEO DE NOVELAS.
—¿Y qué va á hacer ella ahora? preguntó el
jóven.
—Probablemente, dijo Athos con indiferencia,
escribirá al cardenal que un condenado de mos-
quetero, llamado Athos, le arrancó por fuerza su
salvo conducto y le aconsejará que se desemba-
race de él, y al mismo tiempo de sus dos amigos,
Porthos y Aramis. El cardenal se acordará de
que esos son los mismos hombres que encuentra
slempre á su paso, y una mañana quese levante
de mal humor hará prender á d'Artagnan, yá
fin de que no se fastidie estando solo, nos enviará
á hacerle compañía á la Bastilla.
—Vamos, dijo Porthos, me parece que ya esas
son chanzas pesadas.
—¡Oh! no me chanceo, dijo Athos.
—¿Sabes, dijo Porthos, que torcer el pescuezo
á esa endemoniada de milad y seria menos pecado
que torcérselo á esos pobres diablos de hugono-.
tes, que no han cometido mas crimen que el de
cantar en francés los salmos que nosotros canta-
mos en latin? -
—¿Qué dice el cura? preguntó tranquilamente
Athos.
—Digo que soy de la opinion de Porthos, res-
pondió Aramis.
—Y yo tambien, añadió d'Artagnan.
—Afortunadamente está lejos, dijo Porthos,
pues confieso que si estuviese aquí, me inquieta-
ria mucho.
—Lo mismo me inquieta á mi en Inglaterra
que en Francia, repuso Athos.
—A mí me inquieta en todas partes, añadió
d'Artagnan.
—Pero cuando la tenias en tu poder, dijo Por-
thos; ¿por qué no la ahogaste, ó la sofocaste, ó la
ahorcaste? Solo los muertos no vuelven á parecer.
—¿Lo creeis así, Porthos? dijo el mosquetero
con una sombría sonrisa que únicamente com-
prendió d'Artagnan.
—Me ocurre una idea, añadió este.
—Veámosla, dijeron los mosqueteros.
—¡A las armas! gritó Grimaud.
Los jóvenes se levantaron con
rieron á sus fusiles. j
Ahora una pequeña tropa avanzaba compuesta
de veinte á veinticinco hombres; pero no eran
como anteriormente peones, sino soldados de la
guarnicion.
—Será cosa de que nos volvamos al campo, di-
viveza, y cor-
_ Jo Porthos, me parece que la partida no es igual.
—Imposible por tres razones, respondió Athos;
la primera es que no hemos acabado de almor-
zar; la segunda que tenemos todavía cosas muy
importantes que decir; y la tercera que faltan
diez minutos para la hora “completa.
| —Veamos, dijo Aramis, es preciso arreglar un
¡| plan de batalla. j
—Es muy sencillo, dijo Athos. Tan pronto
como el enemigo se halle á tiro de fusil hacemos .
fuego; si continua avanzando repelimos fuego
mientras tengamos fusiles cargados; si el resto .
de la tropa quiere entonces subir al asalto, los *
dejamos que bajen hasta el foso, y entonces les
echamos encima esle lienzo de muralla que solo
se sosliene en pié por un milagro de equili-
brio.
—i¡Bravo! dijo Porthos; decididamente, Athos,
tú has nacido para general, y el cardenal, que
se cree un gran guerrero, es muy poca cosa com-
parado contigo.
—sSeñores, dijo Athos, nada de empleos acu-
mulados, os lo suplico, que apunte bien cada
¡UNO á su contrario,
—Yo tengo ya el mio, dijo d'Artagnan.
—Y yo el mio, añadió Porthos.
—Y yo idem, continuó Aramis.
—Pues vamos: ¡fuego! dijo Athos.
Los cuatro tiros de mosquete no hicieron mas
que una detonacion, y cuatro hombres cayeron.
Inmediatamente batió el tambor, y la pequeña
partida avanzó á paso de carga.
Entonces los tiros se sucedieron sin regulari-
dad, pero siempre con la misma certeza; sin
embargo, como si hubiesen conocido los de la
Rochela el corto número de sus enemigos, con-
tinuaron avanzando á paso de ataque. :
Dos hombres mas cayeron bajo otros tres tiros
de nuestros héroes; pero no por esto se entibia-
ba en nada la marcha de los que aun quedaban
vivos. |
Al llegar al pié del baluarte, los enemigos eran
doce ó quince, otra descarga los acogió, pero no
los detuvo; saltaron al foso y se prepararon para
escalar la brecha.
—Vamos, amigos mios, dijo Athos, concluya-
mos de una vez. ¡A la muralla! ¡á la muralla!
Y los cuatro amigos, ayudados de Grimaud,
se pusieron á empujar con el cañon de sus fusi-
les un enorme lienzo el cual se inclinó como
impelido por el viento; y desprendiéndose de
sus cimientos, cayó al foso con un espantoso
ruido: entonces se oyó un grito terrible, una
Lube de polvo subió hasta el cielo, y todo quedó
concluido, E
—¿S1 los habremos aplastado á todos?
Athos. ( ¡
—A fe mia, yo así lo creo, dijo d Arlagnan.
—No, repuso Porthos, ved allí dos ó tres que
se salvan cojeando. |
dijo
A A e do LO Oro O a e