Ea
¿en la mano.
—;¡Oh! ¡grande hombre! dijo d'Artagnan, ya
te entiendo.
.—¿Vos lo entendeis? dijo Porthos.
—¿Y tú, entiendes. Grimaud ? le preguntó
Athos.
Grimaud contestó por señas que si.
—Eso es lo que se necesita. Volvamos á mi idea.
—Yo quisiera, sin embargo, entenderlo bien;
dijo Porthos.
—Es inútil.
—SÍ, sí,
tiempo d'Arlagnan y Aramis.
—Creo que esa milad y, esa mujer, esa criatu-'
ra, ese demonio tiene un cuñado, segun me ha-
beis dicho, d'Arlagnan.
—Sí, le conozco muy bien, y hasla Creo que |
no tiene muchas simpatías por su cuñada.
—No hay nada perdido por esto, y si la deles- |
'¡siera comprender.....
tara seria aun mucho mejor.
—Entonces, todo nos viene á pedir de boca.
—Sin embargo, bien quisiera comprender lo
que hace Grimaud.
—Silencio, Porthos, dijo Aramis.
—;¿Cómo se llama su cuñado?
—Lord de Winter.
—¿A dónde está ahora? :
—Se volvió á Londres así que circuló el pri- |
mer rumor de guerra.
—;¡Pues bien! he aquí precisamenle el hombre
que necesitamos, dijo Alhos. A éles á quien
hemos de avisar; le hacemos saber que su que-
rida cuñada, va decidida á hacer un asesinalo,
y le suplicamos que no la pierda de vista. Sin
duda, creo que habrá en Londres algun estable-
cimiento por el estilo de las Magdalenas, Ó Arre-
pentidas; en tal caso hace meter en él á su cu-
ñada, y nosobros quedamos tranquilos.
—Sí, dijo d'Artagnan, hasta tanto que vuelva
á salir.
—:¡0l1! á fé mia, d'Arlagnan, creo que pedís|
que yacian tendidos en el suelo; vais á cojer esa
gente, y ponerlos de pié contra la muralla, les les damos dinero, y marchan.
“" acomodais sus sombreros y les poneis los fusiles
la idea de Athos, dijeron á un mismo |
]
E : MUSEO DE NOVELAS. 215
Sin duda, dijo Aramis, escribimos las cartas,
—¿Les damos dinero? repuso Athos; es decir
¿qué teneis aun dinero?
Los cuatro amigos se miraron, y una nube
oscureció susfrentes que tan serenas se presen-
taban poco antes.
—Alerta, esclamó d'Artagnan, veo desde aquí
unos puntos negros y rojos, que se agitan allá
abajo. ¿Qué estabais hablando de un regimiento,
Athos? ese es un verdadero ejército.
—A fé mia que sí, dijo Athos, mirad esos
bribones que se han ido acercando sin lambo-
res ni trompetas. ¡Hola! Grimaud ¿has concluido?
Este hizo seña de que sí, y mostró una docena
¡de muertos que habia colocado en las actiludes
mas pintorescas: unos con el arma al hombro,
lobros en disposicion de apuntar, y olros Con la
¡espada en mano. :
—¡Bravo! dijo Athos, esto hace honor á tu
imaginacion.
- —Es igual, dijo Porthos, sin embargo, yo qui-
—Escurrámonos por de pronto, dijo d'Arta-
onan; ya lo entenderás despues.
—Un instante, señores, un instante, demos
¡primero á Grimaud el tiempo de recojer el al-
|muerzo.
—¡Ah! dijo Aramis, mirad los puntos negros
¡y rojos que se van aumentando muy visiblemen-
te, y soy del parecer de d'Artagnan; creo que
¡no tenemos tiempo que perder para volvernos al
campamento.
—A fe mia, nada tengo que oponer contra la
retirada, dijo Athos; hemos apostado por una
hora, hemos permanecido aquí hora y media; no
hay nada que decir, partamos, señores. |
Grimaud habia tomado la delantera con el ces-
to y los postres.
Los tres amigos siguieron bras de él y andu-
vieron unos diez pasos.
—;¡Pardiez! esclamó Athos, ¿qué diablo hace-
demasiado; os he dado cuanto tenia, y 0s advier-|
to que son todos mis recursos.
—Y yo veo que es lo mejor que se puede ha-|
cer, añadió Aramis. Informamos á un tiempo á
la reina y á lord de Winter.
—Sí, pero ¿por dónde hacemos llegar la carla| ya
4 Tours, y á Londres?
—Yo respondo de Bazin, dijo Aramis.
—Y yo de Planchet, dijo d'Artagnan.
mos, señores?
—¿Has olvidado algo? preguntó Aramis.
—Y la bandera, ¡cáspita! No faltaba mas sino
1
dejar una bandera al enemigo, y cuando no sea
mas que una servilleta, ¡vaya!
Y corriendo al baluarte, subió á la plataforma
y la quiló; pero, como los de la Rochela estaban
4 tiro de fusil, hicieron un fuego terrible so-
¡bre aquel hombre, que como por gusto iba á'es-
ponerse á los tiros.
Pero se hubiera dicho que Athos lenia un en-
—En efecto, añadió Porthos, si nosotros no| canto unido á su persona; pues las balas pasaron
podemos dejar el campamento, nuestros laca-| silbando en derredor suyo sin que ninguna de
yos sí.
ellas le tocase.