MUSEO DE
Por eso es ¡por lo que no debeis eslrañar que
impida me priveis de ella, Queda pues por arre-
glar el asuuto de los cinco schellings, en el cual
me muestro un poco económico, ¿noes verdad?
Esto depende de que quiero quitaros los medios
de que corrompais á vuestros guardianes. Ade-
más, siempre os quedará un encanto para sedu-
cirlos; usad de estos medios, si vuestro mal
éxito con Felton no os ha hecho desistir de
semejantes tentalivas.
—Felton no ha hablado, dijo para sí milady,
aun no hay nada perdido.
—Y ahora, señora, hasta la vista. Mañana vol-
veré á anunciaros la partida de mi mensajero.
Lord de Winter se levanló, saludó irónicamen-
te á milady, y salió.
Milady respiró con libertad, tenia aun cuatro
dias; cualro dias le eran suficiente para seducir
á Felton.
Sin embargo, le ocurrió una idea terrible; si
lord de Winter enviaba al mismo Felton para
que lord de Buckingham firmase la órden, Fel-
ton se le escapaba de las manos; pues para que
la prisionera consiguiese su objeto, se necesitaba
la magia de una seluccion contínua.
No obstante, como ya hemos dicho, una cosa
la tranquilizaba; Felton nada habia dicho.
No quiso parecer conmovida por las amenazas
de lord de Winter: se sentó pues á la mesa, y
comió.
En seguida, como habia hecho la vispera, se
puso de rodillas, y repitió en voz alta sus súpli-
cas. Como la víspera tambien el soldado cesó de
marchar y se paró para oir.
Bien pronto oyó unos pasos mas ligeros que
los del centinela, que venian del fondo del
corredor y que se delenian delante de su puerta.
—El es, dijo para sí milady.
Y comenzó el mismo cántico religioso que la
víspera habia exaltado tanto á Felton.
Pero aunque su voz dulce, llena y sonora,
hubiese vibrado mas armoniosa y mas encanta-
dora que nunca, la puerta permaneció cerrada.
Milady creyó en una de las miradas furlivas que
dirigia al postigo, ver al través de los hierros los
ojos ardientes del jóven; pero bien fuese realidad
ó vision, tuvo bastante poder sobre si mismo
para no entrar.
No obstante, algunos momentos despues de
haber concluido su cántico religioso, milady
creyó oir un profurdo suspiro; en seguida los
mismos pasos que habia oido acercarse, se ale-
jaron como con disgusto.
NOVELAS. 309
CAPITULO EV
Cuarto dia de cautiverio.
y L dia siguiente, cuando entró
43) Felton en la habitacion de mi-
SÍ lady, la encontró de pié subida
KG en un sillon, teniendo aun en
gn,
ya las manos una cuerda corrida
zados unos con otros y amarradas las puntas
entre sí. Al ruido que hizo Felton al abrir la
puerta, milady saltó del sillon con ligereza, y
trató de ocultar detrás de sí la cuerda improvi-
sada que tenia en la mano.
El jóven estaba mas pálido que de costumbre,
y sus ojos enrojecidos por el insomnio, indicaban
que habia pasado una noche calenturienta.
Sin embargo, su frente se hallaba revestida de
una serenidad mas austera que nunca.
Se adelantó con lentitud hácia milad y, que se
habia sentado, y tomando el cabo de la cuerda
homicida que por descuido ó á intento quizá
habia dejado descubierta:
—:Qué significa esto, señora? le preguntó
friamente.
—Nada, respondió milad y sonriendo con aque-
lla espresion de dolor con que sabia adornar su
sonrisa. E! fastidio, no lo ignorais, es el enemi-
gro mortal de los presos; yo me fastidiaba, y me
he entretenido en torcer esta cuerda.
Felton dirigió la vista hácia el sitio de la
pared ante el cual habia encontrado á milad y de
pié sobre el sillon en que estaba entonces sentada,
y vió sobre su cabeza un clavo dorado, que ser-
via para colgar ropas ó armas.
El jóven se estremeció, y la prisionera no dejó
de notarlo, pues aunque tenia los ojos bajos, nO
se le,escapaba nada.
—¿Y qué haciais de pié sobre ese sillon? le
preguntó.
—¿Qué os importa? respondió milad y.
—Deseo saberlo, repuso Felton.
—No me pregunteis; bien sabeis que á noso-
tros, los verdaderos cristianos, nos está prohibi-
do mentir.
—Pues bien, yo os diré lo que haciais, ó mas
bien lo que ibais á hacer. Ibais á concluir la
fatal obra que alimentabais en vuestra imagi-
nacion. Reflexionadlo bien, señora, vuestro Dios
prohibe la mentira, pero mucho mas aun prohi-
be el suicidio.
—Cuando Dios ve á una de sus criaturas per-
seguida injustamente, colocada entre el suicidio
y la deshonra, creedme, caballero, respondió