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MUSEO DE
sionera? le dijo. Pues bien, pregun lad E TEO
carcelero qu gracia le pecia anora poco.
—¿Vos peziais una eracia? preguntó el baron
desconfiado.
— 1, luuota, Tenuso el jóven confuso.
—¿Y qué gracia era esa? veamos, alauiv 1072
de Winter. |
—Un cuchillo, que me devolveria por el pos-
tigo un minuto despues de habérselo dado, res- |
pondió Felton.
—¿Hay aquí álguien escondido, á quien esta
erraciosa persona quiera degollar? repuso lord de
Winter con su voz burlona y desdeñosa.
—Soy yo, respondió milady.
—Ya os he dado á escoger entre la América y
'Tyburn, repuso lord de Winter; preferid á Ti-
burn, milady; creedme,
segura que el cuchillo.
Felton palideció y dió un paso hácia delante,
pensando que en el momento en que habia entra-
do en la habitacion, milad y tenia una cuerda en
la mano.
—Teneis razon, contestó esta, y ya habia pen-
sado en eso.
En seguida añadió con voz sorda:
—Y persistiré en mi idea.
Felton sintió correr por su cuerpo un estre-
mecimiento que se introdujo hasta en la médu-
la de sus huesos. Probablemente advirtió lord
de Winter este estremecimieto.
—Desconfia, Jhon, le dijo; Jhon, amigo mio,
he descansado en lí; ten cuidado, ya le he pre-
venido. Y, además, ármate de valor, dentro de
tres dias nos veremos desembarazados de esa
criatura, y á donde la voy á enviar no hará
daño á nadie.
—¡Ya lo oís! esclamó milady en voz alla, de
modo que el baron creyó que se aria al cielo,
y Felton comprendió que era á él.
Este bajó la cabeza, y quedó pongalivo.
El baron tomó del brazo al jóven teniente, y
se lo llevó, volviendo la cabeza por encima de
su hombro, á fin de no rendos de vista á milad y
hasta que hubiesen salido. -
—Vamos, vamos, dijo la prisionera luego que
estuvo izada la puerta, no estoy tan adelanta-
da como creia. De Winter ha cambiado su nece-
dad acostumbrada en una prudencia desconocida.
¡Lo que puede el deseo de la venganza! ¡y cómo :
forma este deseo al hombre! En cuanto á Felton,
duda. ¡Ah! noes un hombre resuelto como ese
maldito d'Artagnan.
Sin embargo, milady aguardó con impacien-
cia, pues dudaba mucho que se pasase aquella
mañana sin que volviese á ver á Fellon. Por fin,
una hora despues de la escena que acabamos de
la cuerda es aun mas
NOVELAS.
referir, oyó hablar en voz baja á la puerta: al
¡mismo tiempo se abrió esta y apareció Felton.
El jóven entró en la habitacion con rapidez
dejando la puerta abierta tras sí, y haciendo seña
á milady de que guardase silencio. Tenia el sex:-
lante trastornedo,
—¿Que me quereis? preguntó milady.
—Escuchad, respondió Felton en voz baja,
acabo de alejar al centinela para poder permane-
¡cer aquí sin que se sepa que he venido, y para
hablaros sin que oigan lo que os voy á decir. El
baron acaba de contarme una historia espantosa.
Milady dejó ver su sonrisa de víctima resigna-
¡da y sacudió la cabeza. ..
—0 vos sois un demonio, continuó Felton, ó
el baron, mi bienhechor, es un mónstruo. No
hace mas que cuabro dias que os conozco, y á él
le amo hace diez años, y no obstante dudo entre
es preciso que yo quede convencido; esla noche
¡me convencerels.
el sacrificio es demasiado grande y sé lo que 0S
cuesta. No, yo estoy perdida, no os perdais con-
migo. Mi muerte será mucho mas elocuente que
mi vida, y el silencio de un cadáver 03 conven-
cerá mejor que las palabras de una prisionera.
—C ullaos, señora, esclamó Felton, y no me
hableis de ese modo; he venido para que me ju-
reis por lo que tengais de mas sagrado, que no
atentareis contra vuestra vida.
—No quiero promeler nada, dijo milad y, por-
us nadie respeta como yo un juramento, y sl
lo promeliera me veria precisada á cumplirlo.
—Pues bien, compromeleos á lo menos hasta
que me hayais vuelto á ver persistís en vuestra
idea, entonces sereis libre, y yo mismo os daré
el arma que me habeis pedido.
—Bien, dijo milad y, por vos aguardaré.
—Juradlo. e
—Lo juro por muestro Dios. ¿Estais contento?
Sí, dijo Feltou, hasta la noche. :
Y se lanzó fuera del aposento de milad y, vol-
pica del soldado en la mano, como si estuviese de
guardia.
El soldado volvió y Felton le entregó su arma.
acercado, milady vió al jóven persignarse con
un delirante fervor y alejarse por el corredor con
un transporle de alegría.
(Se continuará).
Gracia: Tip. de J. qee o Sta. Teresa, 10.
ambos; no os espanleis de lo que os digo, pero
despues de las doce volveré á veros, y quizás.
—No, Felton, no, hermano mio, le respondió, -
el momento en que me volvais á ver. Si despues
“vió á cerrar la puerta, y aguardó con la media
Entonces al través del postigo al que se habia